23 de octubre 2024

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  • El escritor cree que, si bien la cuarentena es el mejor espacio para que cualquiera escriba, también es el muro donde se narra la rabia, la expectación y la incertidumbre por lo que va a pasar.

Por Alicia Sánchez

El poeta y escritor chileno Alejandro Zambra confiesa que nunca deja de escribir poesía. Ni antes de la pandemia ni durante el encierro, pero que finalmente le da susto publicarlos. Por eso trabaja en paralelo un libro sobre la paternidad recolectando rastros de la biografía personal, donde el matriarcado ha sido fuerte y estimulante, explica. Se remonta a los primeros acercamientos a la narrativa y concluye que esa responsabilidad es de su abuela materna y una biblioteca conformada por la sencilla colección de libros Ercilla. Esos de lomo negro y portada ilustrada que están en la mitad de las casas de Chile y que solían desempolvarse como material lectivo del colegio.

Josefina, su abuela, le relató desde pequeño a Zambra las aterradoras postales orales sobre el terremoto de Chillán, de cómo fue rescatada por sus hermanos desde debajo de los escombros de la casa. Sobre la fuerza de la tierra que se llevó a sus padres y el sismo que significó también irse a la capital a los 20 años con la memoria y la narración como una herramienta de sobrevivencia. El trauma, en tanto, era el motor de estos relatos de niñez que mezclaban por igual la risa, la muerte, la música y el dolor, dice el escritor.

«De pronto se mataba de la risa y de pronto se ponía a llorar, y después se reía de nuevo. Cuando se quedaba con nosotros nos contaba estas historias para hacernos dormir. Por supuesto no dormíamos nada y terminábamos acostados con ella. Esa fue mi entrada real al mundo de la literatura. Ella sembró en todos nosotros un interés por el lenguaje. Y en eso siempre insisto harto, porque cuando se trata de hablar de educación podría enfatizarse ahí en primer lugar: en el lenguaje», cree Alejandro Zambra sobre el impacto de la narrativa en un momento clave de la infancia.

Si bien nunca la vio leer un libro, la abuela Josefina instaba a todos sus nietos a llevar diarios de vida y contar bien las historias, agrega el autor de «Bonsái», «Formas de volver a casa» y la reciente «Poeta Chileno». ¿Qué más?, Zambra sostiene que otro insumo importante en la base del escritor fueron los relatos de fútbol de la radio y las prédicas de magia y terror de la iglesia. La librería en casa, fue algo posterior. «Cuando aparecieron los libros, el gusto por la literatura no estaba ligado al libro. Cuando uno tiene seis o siete años los profesores te hacían creer que no sabías nada y a esas alturas ya sabías un montón, y creo que eso, por desgracia, sigue pasando. Un niño que sabe contar chistes ya lo sabe todo. Desde esa experiencia uno podría conducirse naturalmente hacia la literatura, la reflexión o la ciencia», asegura.

Poeta chileno: novelar el país desde los poetas

Hoy, radicado en México dice sentir una profunda ansiedad por Chile en estos días de pandemia y rememeora los tiempos en que todo esto pudo ser ciencia ficción. Cuando tenía 14 años y quería ser poeta. «Para mí la poesía era y sigue siendo la intensidad máxima y lo que está más cerca del fundamento«. Su última novela es una declaración de amor a la poesía y también una salida a la nostalgia llamada «Poeta chileno», donde construye las hebras sobre una escena de la vida de Gonzalo Rojas que lo obsesiona: El poeta está en el supermercado son su hijastro y la cajera le pregunta qué parentesco tienen. Él no sabe qué responder. El niño lo mira y dice ‘somos amigos’ y entonces Gonzalo empieza a pensar en la palabra padrastro.

«Me fui de Chile hace casi cuatro años y es un viaje que tiene explicaciones personales. Me enamoré de una mexicana, nos conocimos en territorio neutral y tuvimos que decidir dónde vivir. Y empecé a sentir una nostalgia súper boba y paralizante. Esa situación era problemática. «Poeta chileno» salió del deseo de que la nostalgia no me resultara paralizante, necesitaba una nostalgia de muchas páginas», confiesa sobre estas 424 páginas donde se registra también una visita a Nicanor Parra en Las Cruces, a quien define como «Una figura muy resistida de la poesía chilena. Mucha poesía chilena se trató de desmarcar de Parra sin renunciar a lo que la antipoesía había conquistado».

Define los meses de enclaustramiento forzado como un momento compatible con la escritura, formador de rigor, de hábitos y formas de narrar que están por verse aún. «Defiendo la escritura como hábito, a nadie le hace mal escribir diez minutos al día. Este es un momento de escritura, que requiere eso, en todo sentido, para entender lo que pasa, para recordar que experimentabas el tiempo de otra manera, para desplegar autocrítica, para entender. La escritura es muy compatible con esta rutina, escribir es tomar notas», señala en la entrevista del programa de conversación literaria «OjoxOjo», producido por el académico de la Escuela de Lengua y Literatura de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

Los meses de encierro afectan el lenguaje, dice Zambra. Pregunta si alguien puede llevar la cuenta de los días, semanas o meses de cuarentena y que, por ello, cuesta hablar de duración, se han inoculado cantidades incontables también de momentos, palabras, vivencias que han cambiado su peso específico.

«El ‘cómo estás» ya es una pregunta difícil, pero creo que es un momento de escritura. Me ha costado ver la pandemia sin el antecedente del estallido, es una situación muy clara en un sentido. Mucha gente ha dicho que la pandemia ha puesto en evidencia de las injusticias que aparecieron como consigna en el estallido, pero también está la crueldad de la yuxtaposición, esa crueldad de la trama: estaban todos en la calle y luego escuchamos el ‘éntrense’. Es una trama muy cruel, me cuesta mucho ver la pandemia desde otro lugar, me impresiona la rabia, el deseo, la expectación respecto de lo que va a pasar».