19 de abril 2024

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Por Javier Sánchez / Director Fundación Territorios Colectivos


En la década de los 80, movimientos sociales y políticos se agruparon, más allá de sus legítimas diferencias y opciones, en torno a la “Asamblea de la Civilidad”, con el fin de canalizar la oposición a la dictadura, exigiendo el retorno a la democracia. La consigna que animaba su lucha era simple y directa: “Todos juntos y al mismo tiempo”.

Hoy, en un momento, una coyuntura, un contexto y un siglo distinto, con generaciones que no vivieron el gobierno de facto, nuevamente enfrentamos una situación donde las posibilidades de dar un paso en el sentido de la reconstrucción y profundización democrática, demandan la voluntad unitaria de mayorías.

No se trata ciertamente de construir un programa común, de levantar candidaturas o de pensar en un gobierno de alguna amplia coalición. Se trata, simplemente, de darle otra vuelta a la rueda de la historia para que, por primera vez en nuestra breve y accidentada república, la ciudadanía pueda tener real injerencia en la elaboración de una nueva constitución, surgida de un nuevo pacto social.

Y esto que para algunos pueda parecer tan obvio de enunciar, no lo es para quienes con más años encima recordamos que cuando fue redactada entre cuatro paredes y “votada”, la constitución de 1980, en Chile no existían registros electorales, los partidos políticos estaban prohibidos, no había nada parecido a libertad de prensa y vivíamos bajo el régimen pinochetista que era condenado, cada año, en la ONU y otros foros internacionales por su sistemática violación a los derechos humanos de chilenas y chilenos.

Por eso, más allá del hito político-electoral que significará el plebiscito del 25 de octubre en nuestra historia, la tarea del período es agotar los esfuerzos individuales y colectivos para educar, informar y explicar su importancia práctica en nuestra vida como personas y como sociedad. Porque, esta vez, no se trata solo de decir que queremos una nueva constitución y traspasarle a otros el mandato para que la redacten. Esa decisión, esta vez, va acompañada de un genuino sentimiento de protagonismo ciudadano.

Por cierto, casi medio siglo de intencionada despolitización de la sociedad no son fáciles de revertir ni de canalizar. Y aunque las personas intuyen, con más o menos elementos de juicio a mano, la relevancia de escribir las nuevas reglas básicas de nuestra convivencia nacional, hay que aterrizar en la cotidianeidad de sus vidas el impacto y el salto que ello podría representar. La vieja fórmula de agitar los fantasmas del miedo, por parte de aquellos que buscan evitar lo inevitable, no le puede ganar a la vocación democrática de la mayoría de las chilenas y chilenos.

Por eso, desde el espacio de los partidos, pero también desde el amplio espectro de las organizaciones de la sociedad civil han surgido numerosas iniciativas y propuestas que buscan aportar y garantizar a la realización del plebiscito, que además de la resistencia de las fuerzas conservadoras, deberá enfrentar el actual contexto de pandemia que vivimos y que nada hace presumir estará controlado en esa fecha. En esta línea ninguna acción ni idea está demás. Sobre todo, cuando las etapas del desconfinamiento que propone el gobierno, pese a las cifras de contagios y muertes por Covid, cada vez más parecen un intento por construir una coartada para postergar o desechar el pronunciamiento de más de 14 millones de ciudadanas y ciudadanos.

Tal vez desde los sectores más politizados hemos cometido el error de anticipar los debates que esperamos se den en el marco de la convención constituyente, asumiendo que el plebiscito de octubre es una suerte de “carrera corrida”. Aunque ciertamente debatir sobre la relación entre Estado y derechos sociales, el reconocimiento de los pueblos originarios, o sobre cómo reducir el asfixiante poder de un Estado centralista ayuda a visibilizar la trascendencia de este momento político, no debemos perder de vista la tarea inmediata más importante: lograr que una gran mayoría de los chilenos y chilenas participe y decida.

Nuevamente, Chile y sus procesos políticos están en la mira del mundo. No solo porque el fin de la constitución de Pinochet remece el modelo neoliberal existente, sino porque será una convención constituyente paritaria y, confiamos, también será la paletada final sobre la denominada “república binominal”. Será, por muchas razones, el final verdadero de la “transición a la plena democracia” de la que tanto se hablaba a inicios de los 90, y de la cual tantas veces se decretó su término.

Es de esperar que el individualismo exacerbado que nos habita y el afán de sobrevivencia de distintos actores y grupos políticos no terminen convirtiéndose en un lastre para este importante momento que definirá el país que, los que venimos del siglo pasado, dejaremos a nuestros hijos, nietos, a los ciudadanos y ciudadanas de este siglo.

Es posible, debemos, podemos.

Vamos Chile, todos juntos y al mismo tiempo.