Por Javier Castro A., Historiador
El racismo en Estados Unidos no es para nada un tema nuevo. Desde sus orígenes las campañas colonizadoras puritanas nos recuerdan que en el “nombre de Dios” y de las coronas española, británica, y francesa, se exterminó población nativa, y posteriormente, se explotó sin tapujos a miles de esclavos africanos trasplantados a suelo americano. Hechos que no siempre se presentan como voz y memoria de sangre derramada en la conformación histórica del gigante del norte.
En tal ejercicio de subordinación y categorización, la sumisión de los esclavos de las colonias norteamericanas, se configuró en base a tradiciones teológicas, políticas, y legales, por medio de Instituciones (Monarquía, gobiernos locales e Iglesias principalmente) que dieron lugar a políticas y leyes determinadas en cada territorio.
Estando ya en marcha la construcción de los Estados-Nación del siglo XIX, el esclavismo como práctica, y el racismo como marco ideológico se debatieron por definir la condición jurídica y social del afroamericano. Polemistas supremacistas como George Fitzhugh, autor del panfleto Cannibals All! Or slaves without masters (Caníbales todos, o esclavo sin maestros, 1857), inflamaron el ambiente político con declaraciones tales como: “(…) la democracia ateniense no es posible en una nación negra, ni el gobierno de la ley es el adecuado para el individuo negro. Él no es sino como un niño y debe ser gobernado como un niño”.
La efervescencia social y la contingencia política del período entorno a la cuestión del esclavismo, decantó en una brutal Guerra Civil (1861-1865) que cobró la vida de un 2,5 por ciento de la población estadounidense. Tras el conflicto armado se abolió la esclavitud, sin embargo, quedó abierta una herida que dividió profundamente a la sociedad norteamericana. La sistematización de la segregación racial contra la cual lucharon Rosa Parks o Martin Luther King Jr., y el discurso activo de grupos pro supremacía blanca, siguen tan vigente como lo fue en diferentes episodios del siglo XX norteamericano.
Y al parecer no bastaron (como si debiese existir algún mérito para reconocer la dignidad de un grupo humano) los múltiples aportes de la población afroamericana en ámbitos culturales, científicos o de Derechos Humanos; ni siquiera los más de un millón de soldados afroamericanos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, para reconocer la integración de los afroestadounidenses, que actualmente son aproximadamente el 16% de la población total.
Las recientes olas de protestas por detestables hechos de violencia policial contra afroamericanos, bajo la consigna Black Lives Matter (Las vidas negras importan), son señales de que esta tensión en el ethos norteamericano continua sin resolución, y que la crispación no se resolverá ni con mayor control policial, o con nuevas demostraciones de violencia, ni con normativas restrictivas que intenten reglar una herida en el alma cultural de Estados Unidos. Deben ser las instituciones que llegan al tejido social las que fomenten espacios de encuentro y creen puentes de reconciliación intergeneracional.
La crisis institucional que vive Occidente, y por supuesto también Estados Unidos, no prevé una fácil salida a la problemática racial. Las divisiones partidistas, incluyendo las polémicas presidenciales; la peor crisis económica que se está viviendo después de 90 años, y una elite política y empresarial, deslegitimada y en tela de juicio, parecen no contribuir a la emergencia de liderazgos que apunten al bienestar de todos los estadounidenses, ni a atender con detalle la cuestión racial.
Como sucedido en los sesenta del siglo pasado, las iglesias como instituciones de base, contribuyeron ampliamente a evidenciar las discriminaciones raciales. Hoy el escenario es también crítico en este sector. De acuerdo a un estudio del Barna Research group, sólo el 16 por ciento de los cristianos dice que la Iglesia debería arrepentirse por el pasado racista de Estados Unidos. ¿Qué hacer cuando instituciones que debiesen ser la vanguardia de la reconstrucción social, se resisten a ella? Las grietas internas que se encuentran en las raíces de Estados Unidos, sanarán en la medida de una restitución consciente, que implique acciones significativas para acortar las brechas que ha ocasionado la honda división por la enfermedad de la segregación racial.
Javier Castro A. Doctor en Historia por la Universidad de Los Andes, Chile. Magister en Estudios Internacionales, Instituto de Estudios Avanzados, USACH. Ha sido Visiting Research Fellow en la Universidad de Texas, Austin, Estados Unidos.
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