El pobrísimo balance de mitad de año, contabilizando partidos por la competencia local y la Copa Libertadores, deja a los cruzados como el equipo más decepcionante de la temporada. El cambio de entrenador dará frutos solamente si le conceden dos incorporaciones en puestos clave.
Por JULIO SALVIAT
Hasta la cuarta fecha duraron el vuelito y las sonrisas de los cruzados. Continuando la racha ganadora que la dejó como campeona por cuarto año consecutivo, Universidad Católica comenzó el torneo mostrando la misma potencia. Lo único que en ese momento hacía fruncir el ceño a sus hinchas era la estrechez de los resultados. No había partidos de marcador holgado, pero igual eran dignas de aplausos sus victorias sobre Coquimbo Unido en el norte (3-2) y ante Unión Española (2-1) y Curicó Unido (1-0) junto a la cordillera.
Y de pronto, la oscuridad: cuatro derrotas consecutivas. Parecía resbalada ante Palestino (2-3 en La Cisterna), tropezón ante Cobresal (1-3 en el mineral) y desequilibrio ante Everton (0-1 en casa); pero terminó con un porrazo muy feo ante O’Higgins (1-2 en El Teniente).
Algo se levantó con el triunfo relativamente cómodo ante Universidad de Chile, pero en las jornadas siguientes volvió a desbarrancarse. Debutando en la Copa Libertadores, cayó por la cuenta mínima ante Talleres en Córdoba, resultado que no causó mucha alarma en las filas cruzadas. Lo terrible fue, días después, el 0-2 en casa ante La Serena, uno de los equipos más débiles del campeonato.
El 2-1 conseguido ante Sporting Cristal, por la Libertadores, reanimó a las huestes, pero no al plantel: el próximo partido fue ante Huachipato en Las Higueras y volvió a perder. Y todos miraron a Cristian Paulucci, a ver si daba una buena explicación de por qué había sido tan bueno cuando reemplazó al uruguayo Gustavo Poyet y por qué era tan malo en ese momento.
Respuesta no había, pero se pudo constatar que no era cuestión anímica o de malas relaciones, como había sucedido con su reemplazado. Lo que ahora ocurría era escasez de plantel, porque la UC siguió jugando igual de mal y sufriendo los mismos resultados mediocres con Rodrigo Valenzuela dirigiendo los entrenamientos y dando las instrucciones. Con su ex jugador en la banca, algo mejoró en su estreno ante Colo Colo y dejó buenas sensaciones, aunque el triunfo se le escapó en los minutos finales. Tampoco hizo el ridículo en los partidos siguientes, aunque las victorias siguieron siendo esquivas: cayó con Flamengo como local (2-3) y empató como visita (1-1) antee Sporting Cristal. Lo que colmó la paciencia de los normalmente aguantadores dirigentes cruzados fue el 0-4 ante Ñublense en Chillán.
El tercer entrenador en el año fue Ariel Holan, viejo y añorado conocido que los llevó al mejor título, como cosechador de puntos y regalador de buenos espectáculos, en el período del tetracampeonato. Y hasta aquí, con DT nuevo, se han recetado mejorales cuando se necesita cirugía. Holan hizo como que dirigía ante Unión La Calera (3-0), le dejó el puesto a Valenzuela en la revancha con Flamengo (0-3) y asumió en propiedad para perder en Rancagua con Audax Italiano (2-3) y San Carlos con Talleres (0-1), con lo que quedó fuera de la Libertadores y cerca de los colistas en el campeonato local. La despedida antes del receso fue con victoria sobre el colista Antofagasta por la cuenta mínima.
Balance de mitad de año: 7 victorias, dos empates, 12 derrotas; 24 goles a favor, 34 en contra. Rendimiento: 36,5 por ciento. Cifras bajísimas para un equipo que busca consagrarse pentacampeón.
El análisis ya lo deben haber hecho en San Carlos de Apoquindo, y no se conoce. Pero hay aspectos obvios: al guardavallas no le pueden echar lo culpa, por mucho que se mantengan las simpatías por Matías Dituro su eficientísimo exarquero. Al revés, Sebastián Pérez fue, junto con Fernando Zampedri, los que salvaron al equipo de bochornos mayores. El portero evitó más goleadas y nuevas derrotas, mientras el atacante consiguió muchos de sus puntos para el torneo local con sus diez goles.
El gran problema estuvo en la defensa. Recién ahora los cruzados reconocen el valor que tenía la dupla formada por Germán Lanaro y Válber Huerta. El primero se lesionó, el segundo se fue, y quedó la mercocha. Branco Ampuero jugó muy poco, Nehuén Paz y Tomás Asta-Buruaga no dieron el ancho y Alfonso Parot no se adaptó bien al puesto. Resultado: una dupla defensiva floja, incapaz de solucionar problemas si volantes o laterales eran superados.
Ni José Pedro Fuenzalida ni Raimundo Rebolledo mantuvieron el rendimiento de temporadas anteriores y el lado derecho de la UC no resultó fuerte en defensa ni activo en ataque. Por el otro costado, Parot bajó en su rendimiento defensivo, pero fue al menos el que mejor centros envió para los finiquitos de Zampedri.
A Paulucci se le ocurrió que Felipe Gutiérrez servía más que Ignacio Saavedra como volante central, y murió con la de él. En algo tenía razón: el novato es incapaz de dar un pase-gol. Pero en el quite es inmensamente superior al veterano. Y lo que necesitaba la UC era mejorar la retaguardia, no el ataque. Holan devolvió a cada uno a su puesto habitual, y alguna mejoría –no mucha- se advirtió en el rendimiento del equipo.
También fue Pauluccí el que mandó al congelador a Fabián Orellana, la incorporación más renombrada –y cara- de los cruzados. Lo puso Rodrigo Valenzuela, y respondió. Después, con el paso de los partidos, el Histórico le anduvo dando la razón a su verdugo. Otro que se le atravesó al entrenador fue Diego Valencia. Marginado en muchos partidos, volvió por orden de Holan y lo primero que hizo fue anotar el gol del triunfo frente a Antofagasta. También en las jornadas finales tuvo su oportunidad Cristian Cuevas. No lo hizo mal, pero no deslumbró tampoco.
Otro que bajó notoriamente fue Marcelino Núñez. Curiosamente, su decaimiento coincidió con su convocatoria a la Selección. No se lució mucho con La Roja en las Clasificatorias mundialistas, y cuando volvió no era el mismo. Hasta el remate se le echó a perder.
Con signo de interrogación quedaron también las joyitas cruzadas: Gonzalo Tapia y Clemente Montes dejaron para más adelante su graduación como insustituibles, aunque ambos quedaron en las listas de la Selección.
La receta para mejorar a la UC es simple: contratar jugadores de nivel superior. Requiere de, al menos, un central de categoría (si son dos, mejor). Ya incorporó al wanderino Daniel González, toda una promesa, que justo se enfermó el mismo día que se iba a juntar con sus nuevos compañeros de club y de selección.
El que les llora es un volante creativo como fue Diego Buonanotte en sus buenos tiempos: habilidoso, improvisador, rompedor de líneas y rematador. En el medio nuestro no hay muchos de esa índole, pero se les puede encontrar –y baratos- hasta en la segunda división argentina.
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