Por Marco Sotomayor de Revista El Ágora
Patricio Galaz no ha perdido ni la frontalidad ni la contundencia. Como gerente técnico de Cobreloa, el ex delantero -quien llegó a ser el goleador del fútbol mundial gracias a sus 42 tantos que anotó con la camiseta naranja en 2004- denunció hace pocas horas que “antes de contratar, me dijeron que debía trabajar con un representante específico, Sergio Morales, que ha traído el 60% de los futbolistas”.
¿Quién le dio esa orden? Nada menos que el presidente de la institución, Walter Aguilera. Ante su negativa, el directivo no halló nada mejor que agredirlo verbalmente, según contó el propio Galaz en conferencia de prensa.
Porque, fiel a su estilo de juego, Galaz dribleó la prepotencia, echó a correr el balón para distanciarse de la corrupción, entró al área y gatilló esa declaración que perfectamente puede compararse con un golazo: oportunismo y valentía, pues el ex atacante denunció a su jefe, piénsese.
En un fútbol serio, la acusación de Galaz causaría un terremoto grado 10: el timonel de un club emblemático hace negocios, sin asco, con un representante de jugadores.
Acá, sin embargo, da lo mismo. No hace mucho, Lorenzo Antillo, controlador de Audax Italiano, reconocía públicamente en el programa de televisión Círculo Central que su club compraba la mayoría de los refuerzos al propio Sergio Morales, “por la amistad que nos une…” justificó.
Ojo, hablamos de un dirigente que estuvo cerca de presidir al fútbol chileno.
Toda esta distorsión pasa porque los representantes, empresarios o managers de jugadores y directores técnicos se están tomando el fútbol chileno. Así de claro. Así de peligroso.
¿No me creen?
Veamos: Morales tiene injerencia en Coquimbo, en Audax (tal como vimos), en Cobreloa y en otras instituciones menores; Fernando Felicevich, en La Serena y Huachipato; Cristian Ogalde, en Magallanes y Santa Cruz; Sergio Gioino y Pablo Lecrec, en Ñublense; Cristian Bragarnik, en La Calera y San Luis; Raúl Delgado, en San Felipe; Carlos Encina, en Melipilla y Lautaro de Buin…
Esta “bancada” o “cartel” de representantes deciden importantes votaciones en el seno del Consejo de Presidentes. Así, el estamento más importante de nuestro fútbol pierde cada día más legitimidad, como me dijo un ex alto directivo nacional.
“En vez de velar por el desarrollo del fútbol en su conjunto, miran sus propios intereses, sus propias cuentas corrientes. Ni siquiera conciben la actividad como una empresa, pues sólo buscan una rentabilidad fácil y rápida. Cero inversión. Cero política deportiva a corto o mediano plazo. Todo es plata”, dijo.
“Cuidado, eh, que muchos de ellos son extranjeros, a quienes el desarrollo del fútbol de acá les importa nada”, cerró.
La impúdica medida de limitar un ascenso directo a los equipos de la Segunda División profesional está enmarcada en esa mirada de “dinero express”, que busca esta clase de directivos: no permitir nuevos agentes dentro del reparto de la torta que ofrece la televisión.
¿Miraron las consecuencias? ¿O no vieron venir la respuesta del Sindicato de Jugadores, del Colegio Técnico, del Gobierno y de la opinión pública en general? Ambiciosos y torpes, podemos agregar.
Volviendo al caso de Cobreloa, sé que Rodrigo “Kalule” Meléndez, su entrenador, cerró filas con Galaz y ambos, ahora, esperan una aclaración (¿y renuncia?) del actual presidente. También aguardan -ojalá que no en vano- la reacción de la hinchada de Cobreloa, la cual, pese a su fervor y pasión por el equipo, ha mostrado una absoluta pasividad ante la destrucción de la institución calameña.
No suelo ser muy optimista a la hora de hablar o de escribir sobre el fútbol chileno, pero creo que, a propósito del caso Galaz y de otras tantas señales de decadencia, llegó el momento de decir basta. Y actuar.
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