Por EDUARDO BRUNA de El Ágora.
La frase de “pan y circo”, acuñada por el poeta romano de la antigüedad, Juvenal, pocas veces tuvo más vigencia y validez que ahora, con la rocambolesca situación que se ha vivido respecto de la realización de la Copa América y su sede. Entre idas y vueltas, la Conmebol decidió, a menos de dos semanas de su inicio, que el torneo de selecciones más antiguo del mundo se llevará a cabo en Brasil.
Sí, en Brasil, aunque les parezca a todos –o por lo menos a la gran mayoría de aquellos que todavía piensan- insólito y hasta aberrante. Y es que si a última hora se sacó del camino a Argentina, apelando a más que valederas razones sanitarias producto del Covid que azota al país trasandino con más fuerza que a varios otros de la región, no parece prudente ni sensato que se designe en su reemplazo a un país en el que la pandemia ha demostrado estar fuera de control, como producto de la ineptitud e insensibilidad de su gobernante.
¿Qué señal es la que está mandando al mundo y a Sudamérica la Conmebol? Ninguna tranquilizadora ni criteriosa, por supuesto. Porque si la Copa América no podía tener como escenario a Argentina, cuya cifra de contagios diarios supera con creces las 20 mil, ¿cuál es la seguridad que puede ofrecer Brasil, que roza ya los 500 mil muertos mientras a través de todo su territorio los pobres, los campesinos y los pueblos de la Amazonía siguen cayendo como moscas, sencillamente porque el bruto que hace las veces de presidente –Jair Bolsonaro-, como otros que bien conocemos, cree que la economía está por sobre el derecho a la vida?
Un iletrado imbécil, que como todo patán ignorante además, sigue con su prédica absurda de que el Covid no pasa de ser un resfrío fuerte ante el cual los brasileños, de puro machos que son, sabrán salir adelante a cambio de que las fábricas sigan produciendo, el comercio siga vendiendo y las oficinas administrativas funcionando. Eso, mientras los intubados día a día se cuentan por miles y los muertos por centenas.
Sospechoso resulta, además, que la Conmebol, que sigue siendo un antro de gangsters y sinvergüenzas, haya tomado esta demencial decisión justo cuando el pueblo brasileño, harto de ser gobernado por un tarado, comienza masivamente a salir a las calles para decirle a Bolsonaro que, o adopta las urgentes medidas sanitarias para que disminuyan los contagios y las muertes, o sus últimos meses de atrabiliario gobierno serán cualquier cosa, menos ese oasis que él cree ver desde su elegante mansión o desde el Palacio de Planalto.
Cualquier similitud con otro país conocido, es pura coincidencia.
Esta decisión absurda y peligrosamente delirante de la Conmebol no puede ser gratuita. O desde su presidente, Alejandro Domínguez, su directorio y el Comité Ejecutivo están todos locos, o algo ofreció Bolsonaro como para que esta mafia con dependencias en Luque, Asunción, haya elegido esta sede donde el contagio y la muerte se huelen en el aire. Y es que este tipo, descriteriado y de pocas luces, como todo político astuto sabe que la mejor manera de detener la creciente rebeldía que asoma por las calles de Sao Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte y Porto Alegre, entre otras, es darle al populacho tanto fútbol como sea posible, y mejor con un “scratch” cuya calidad y categoría prácticamente aseguran la alegría momentánea para que opere como bálsamo frente a tantas injusticias y carencias.
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Bolsonaro, que es sin duda un idiota, pero un idiota pillo, sabe que para el brasileño el fútbol y el carnaval son casi una religión. Con la Copa América en su territorio, el evento lo ve como un Sínodo cuyo éxito, prácticamente asegurado en cuanto a interés masivo, le dará el respiro que necesita de forma urgente ahora que sus huestes se ralean progresivamente y van perdiendo el miedo aquellos que, frente al fantasma del caos al que siempre apelan estos mequetrefes, preferían quedarse cómodamente en sus casas.
Como están las cosas, parecía de lo más sensato suspender esta Copa América. Estudiar, por último, la posibilidad de postergarla para el próximo año. ¿Por qué no, si eso ya sucedió con los Juegos Olímpicos de Tokyo, que dicho sea de paso igual siguen en duda? Es cierto: la plata que hay en juego es ciertamente mucha, y frente a eso la Conmebol reaccionó como cualquier empresa que se resiste a ver disminuidas sus ganancias. Como nuestro Presidente y su gobierno, Domínguez y sus boys piensan también que el daño colateral de que se contagien unos cuantos rotos sudamericanos bien vale la pena mientras los dólares sigan entrando.
Las sedes designadas originalmente –Colombia y Argentina- tuvieron que bajarse forzosamente por la pandemia y porque los colombianos también terminaron de aburrirse del oasis al que los llevó su presidente, Iván Duque. Impensable era llevar allí los partidos de un grupo cuando el hartazgo del pueblo en las principales ciudades del país puso en riesgo ya los partidos de Copa Sudamericana y Copa Libertadores.
Estados Unidos, dicen, se ofreció como reemplazante frente a la emergencia, pero la Conmebol jamás consideró en serio tal alternativa con el sólo hecho de apelar a la memoria. ¿Y qué si los gringos pretenden echarnos el guante a los actuales dirigentes después que le pusieran el trajecito a rayas a varios de nuestros maestros predecesores?
¿Chile? Tampoco podía acoger una parte siquiera de la Copa América, como en algún momento se planteó tras la zafacoca que a toda orquesta sigue desarrollándose en Colombia. Opción que, por cierto, y con el mismo predicamento del “pan y circo”, acogió con indisimulado entusiasmo la ministra del Deporte, Cecilia Pérez.
Y es que, a pesar del cacareado proceso de vacunación, los chilenos seguimos visitando la lona con mayor frecuencia incluso que la de un boxeador paquete. Cuando existe un gobierno tan inepto, poco creíble e irrelevante como el nuestro, al cual ya no le creen ni siquiera sus partidarios, la gente sale no más y no hay cuarentena ni toque de queda que valga.
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