23 de abril 2024

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  • Brasil es que más clubes tiene (7) superando por uno a Argentina y por tres al resto de sus competidores. Por una simple proyección estadística, entonces, las posibilidades de que un equipo brasileño sea campeón del torneo es casi el doble de lo que puede aspirar un equipo de Chile, Uruguay, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, Paraguay o Venezuela.

Por Sergio Gilbert J.


Es verdad que, para ser campeón de cualquier torneo, hay que ser capaz de ganarle a todos los que se crucen en el camino. No se puede aspirar a que toque por fortuna jugar con rivales más débiles o esperar que un arbitraje sea favorable. La gracia es tener las armas futbolísticas para imponerse ante adversarios que pueden ser teóricamente más robustos, mejor preparados, con mayores condiciones físicas e individualmente con recursos que parecen inalcanzables.

Sí, pero también debe haber un límite a ello y es procurar, dentro de lo posible, un cierto nivel de igualdad competitiva para que exista al menos un porcentaje de incertidumbre, que es algo inherente a los enfrentamientos deportivos.

Y eso, desgraciadamente, no está pasando en un torneo tan prestigioso como la Copa Libertadores de América.

Es que en dicha confrontación está quedando de manifiesto en los últimos años una preminencia casi aburrida de las escuadras brasileñas a la hora de ganar los títulos. Tanto que hoy es excepcional, casi heroico, que una escuadra de otro país de la región -incluido Argentina- pueda detener la tendencia.

Vamos a las cifras.

En los últimos diez años de disputa de la Copa Libertadores (2011-2021), siete veces ha obtenido el título un elenco de Brasil, siendo solo interrumpido tal dominio por San Lorenzo, River Plate (dos veces) de Argentina y Atlético Nacional de Colombia. A eso hay que sumar que, en los dos últimos años, la final ha sido jugada por dos equipos de Brasil (Palmeiras ante Santos y luego, ante Flamengo).

Una locura porque esto no pasa solo porque simplemente los brasileños sean mejores para la pelota que el resto, sino por dos razones anexas: la gran diferencia que hay en el valor de sus planteles con respecto a sus competidores, y al hecho de que tengan una sobrerrepresentación de equipos en el torneo.

Ambos hechos pueden y deben subsanarse si no se quiere matar la Copa más tradicional del mundo.

Es urgente, en lo primero, que de una vez por todas se establezca en Sudamérica el Fair Play Financiero, es decir, un límite de porcentajes de contratación en relación al patrimonio de los clubes. Sin duda que si esto se aplicara -tal como acontece en Europa- los clubes brasileños seguirían siendo superiores, pero no a niveles estratoféricos como es ahora.

No es todo.

Es indudable que no resiste más la absurda repartición de cupos por país en la Copa Libertadores.

Brasil es que más clubes tiene (7) superando por uno a Argentina y por tres al resto de sus competidores. Por una simple proyección estadística, entonces, las posibilidades de que un equipo brasileño sea campeón del torneo es casi el doble de lo que puede aspirar un equipo de Chile, Uruguay, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, Paraguay o Venezuela.

Ilóigico en términos de competencia.

Por eso es que de una vez por todas hay que replantearse el modelo de la Copa Libertadores.

Se sabe que los derechos televisivos, que es el gran sostén económico de la Conmebol, se incrementan tanto en cuanto haya más equipos de Brasil y menos de Bolivia.

También se puede argumentar que el sistema neoliberal establece como norma inalterable que el que tiene más tiene derecho a gastar más.

Pero nada de eso puede ni debe ser la razón de sostener el actual formato.

La Copa Libertadores era un orgullo. Hoy es una vitrina de supermercado par transar jugadores brasileños.