- Internado desde el pasado jueves en la Clínica Alemana, a causa de una leucemia linfoblástica aguda, el histórico “líbero” ganador de la Copa Libertadores y de otros tantos títulos de Colo Colo, ha conmovido al pueblo albo y, en forma transversal, a todo el fútbol chileno.
Por Eduardo Bruna
Tuve la fortuna de ver debutar a Lizardo Garrido por Colo Colo. Fue en Rancagua, frente a O´Higgins, en esos típicos partidos amistosos veraniegos para ir conformando los planteles. ¿Verano de 1979? ¿De 1980? La verdad, no lo recuerdo bien. Lo único que recuerdo, y con mucha claridad, es que, en los minutos finales, mandaron a la cancha a un flaco alto y desgarbado que, las pocas veces que le tocó intervenir en el juego, me dejó muchas más dudas que certezas acerca de su futuro en el plantel albo. La pelota en los pies como que le quemaba, evidenciando en la ocasión una llamativa torpeza.
Para ser franco, nunca me imaginé que ese Lizardo Garrido, hoy jugando el partido más importante de su existencia luchando por su vida, llegaría a ser el jugadorazo que posteriormente fue, tanto en Colo Colo como en la Selección Chilena.
Es que, para el “Chano”, como fue conocido pronto popular y transversalmente, nunca fue fácil. En una extensa entrevista hecha hace hartos años, para una revista de marca internacional, él mismo me confesó que, cabro de un sector alejado, como Lo Prado, hizo más de una vez el largo recorrido hacia Macul, para probarse en Colo Colo, sin tener suerte. Lo bueno que era, según todos los de su barrio, no le alcanzaba para ser considerado por los captadores albos, obligados a descubrir talento en escasos minutos, por ser cientos, cuando no miles, los postulantes.
Pero el “Chano” nunca se rindió, como no se está rindiendo ahora, internado de urgencia en la Clínica Alemana, a causa de una leucemia linfoblástica aguda. Rodeado de los suyos, del cariño de los muchos y buenos amigos que le dejó el fútbol y de miles admiradores anónimos a través de las redes sociales, Lizardo Garrido está cosechando lo que sembró en una carrera que, de partida, siguió poniéndole dificultades.
Porque el obtener premio a su perseverancia, y tras varios intentos quedar seleccionado para integrarse a las series menores albas, no significó que su carrera viera por delante una alfombra extendida. Cuando ya estaba en edad de disputar un puesto en el plantel de honor, la dirigencia alba decidió cederlo a préstamo, para que jugara y se fogueara. Primero a Trasandino y Luego a Colchagua, lo que para el “Chano” implicó un desafío doble, porque el fútbol fino de Lizardo tenía poco que ver con el estilo de lo que en esos años se conocía como el “Ascenso”. Jugadores y terrenos de juego destacaban más por lo rústico que por lo técnico y el césped no siempre estaba bien cuidado.
A Colo Colo volvió tan silenciosamente como se fue, pero ya más hecho como jugador. No sólo eso: de San Fernando volvió casado con Myriam Peña, que sería su compañera de toda la vida tras conocerse ambos en la pensión donde el “Chano” residía mientras vestía la camiseta de Deportes Colchagua. Myriam era la hija del dueño y no tardó mucho en flechar a ese flaco alto que, a esas alturas, ya era pieza importante de un cuadro con aspiraciones de alguna vez competir en la Primera.
Por la interna alba, que vivía día a día en mis tiempos de reportero, me enteré que Lizardo Garrido había sorprendido a todos una tarde que, estando en Santiago el Cruzeiro brasileño para un duelo de copa frente a un cuadro chileno, los de Belo Horizonte no sólo se habían conseguido las instalaciones albas para preparar el encuentro, sino que hasta habían enfrentado, a puertas cerradas, a una alineación alba compuesta por suplentes y varios muchachos jóvenes en la antesala de integrar el plantel mayor. Ubicado ese día como volante defensivo, las referencias contaban que el “Chano” la había dejado chiquitita, y que hasta los jugadores del Cruzeiro habían preguntado el nombre de ese flaco que por momentos les había pintado la cara. Abel Troncoso, coordinador para el primer equipo, un tipo muy querible además, me lo confirmó, señalándome que “el más brasileño de ese partido fue Lizardo Garrido”.
Fue Pedro García quien, ubicándolo por una emergencia como lateral derecho, le dio a Lizardo Garrido la gran oportunidad de comenzar a escribir su propia historia como jugador de Colo Colo. Como siempre, para el “Chano” no iba a ser fácil. En el aficionado albo estaba aún fresco el recuerdo de un Mario Galindo que, durante una década, había llenado esa banda con un talento como no se veía en las canchas nacionales desde los tiempos de Luis “Fifo” Eyzaguirre.
Pero eran ya muchos los años de espera como para que el “Chano” desaprovechara la oportunidad por la que tanto había luchado. No sólo no se movió más de la banda derecha de la defensa del Cacique, sino que a fines de 1981 fue reconocido en forma unánime como el mejor jugador de ese campeonato que Colo Colo se adjudicó tras estrecha pugna con Cobreloa. Y ojo, que en aquellos años cualquier equipo del medio contaba con jugadores cuya jerarquía hoy escasea. Mientras en el elenco albo militaban nada menos que Carlos Caszely y Severino Vasconcelos, en Cobreloa jugaban Mario Soto, Enzo Escobar y Jorge Luis Siviero, entre varios otros.
Como lateral derecho también fue considerado Garrido por Luis Santibáñez en esa selección que ganó en forma invicta su clasificación al Mundial de España. Sólo volvió a su hábitat natural –el de zaguero central-, luego que a la banca alba llegara Arturo Salah, técnico conservador como el que más y enemigo de las improvisaciones y los inventos.
Pero fue Mirko Jozic quien le encontró al “Chano” el puesto que lo ubicaría no sólo como referente local, sino también internacional. Porque el croata, que conocía de sobra los jugadores con que contaba Colo Colo producto de su frustrado paso previo a cargo de todo el trabajo de las inferiores albas, lo ubicó como “libero”, mientras que Javier Margas y el “Cheíto” Ramírez serían los implacables “stoppers”.
Y en esa ubicación, más allá de sus naturales dudas, el “Chano” llegó a lo sublime. Ni él se lo creía, porque previo al debut del sistema nuevo implantado por Jozic, frente a Universidad Católica en el Monumental, en esas informales conversaciones que se producían por aquellos días, entre jugadores y periodistas terminados los entrenamientos, recuerdo que Lizardo Garrido me espetó un “no sé qué vaya a pasar el domingo, compadre. O resulta, o la Católica nos hace una boleta”.
Colo Colo esa tarde se impuso por 1-0, con un bombazo desde la entrada del área a cargo del “Cheíto”, y como que los propios jugadores albos decidieron que a este extraño croata había que darle crédito. Entre ellos, por cierto, el “Chano”, que como último hombre podía disimular su paulatina y natural pérdida de velocidad con la de viejo zorro y tiempista consumado para ir en auxilio de Margas y el “Cheíto” cuando llegaban a ser superados, cosa nada de frecuente ni de sencilla, porque los dos eran verdaderos perros de presa que, por último, le entregaban al “Chano” un delantero bastante herido.
Si algo le faltaba al “Chano” para entrar en la historia grande de Colo Colo, lo logró esa noche del 5 de junio de 1991, con la obtención de la Copa Libertadores, frente a Olimpia. Inscribió con letras doradas su nombre, junto a los otros inmensos integrantes de ese equipo inolvidable, y sumó luego otros capítulos igualmente trascendentes, como la Copa Interamericana, obtenida frente al Puebla mexicano, y la Recopa Sudamericana, ganada ante el Cruzeiro en la ciudad japonesa de Kobe.
Con el “Chano” con charreteras de ídolo veterano, fue natural que Mirko Jozic, a poco de su llegada a la banca alba, empezara a pedir un central que apurara a su titular y que pudiera soslayar de gran forma su eventual ausencia en el equipo. Así llegaron a Pedreros Mario Rebollo y Gustavo Badell, ambos uruguayos, que jugaron poco y nada, porque a Lizardo Garrido no había con qué darle.
En reconocimiento a sus logros, a su trayectoria, Colo Colo le entregó finalmente el pase al “Chano”, para que se fuera al Santos Laguna mexicano, donde terminó su carrera para volver al país y, al poco tiempo, asumir una nueva tarea en el Monumental, como administrativo albo para supervisar el funcionamiento de las series menores.
Pero el 3 de febrero de 2018, Garrido sufrió un rudo golpe del que nunca, según sus cercanos, pudo recuperarse del todo. Myriam Peña, su compañera de toda la vida, fallecía a causa de un cáncer al pulmón y el “Chano” se encontró como nunca solo.
Las estadísticas señalan que Lizardo Garrido es, junto con Marcelo “Rambo” Ramírez, el jugador que más títulos puede exhibir con Colo Colo. A la Copa Libertadores, la Recopa y la Interamericana, el “Chano” suma seis títulos nacionales y seis Copa Chile. No sólo eso: es quien más defendió la camiseta alba en Copa Libertadores, llegando a 67 encuentros disputados.
Difícil es definir quién o quiénes han sido los mejores jugadores albos a través de toda su historia. La calidad y estatura de sus grandes figuras torna cualquier polémica en un intríngulis. Porque a los pretéritos nombres de Alfonso Domínguez, Enrique “Tigre” Sorrel, Obdulio Diano, Manuel Muñoz, Jorge Robledo y Enrique “Cuá Cuá” Hormazabal, deben sumarse los más contemporáneos, como Carlos Caszely, Severino Vasconcelos, Marcelo Espina, Marcelo Barticciotto, Humberto Suazo y Esteban Paredes, entre varios otros. Sin embargo, no cabe duda de que por trayectoria y logros, el “Chano” no puede estar ausente de esa elitista lista de ídolos albos de todos los tiempos.
Por todo ello, nadie puede poner en duda la justicia del reconocimiento que el club y la afición alba le hicieron a Lizardo Garrido, en la previa del encuentro frente a Coquimbo. Un homenaje primitivamente destinado a Esteban Paredes, más que merecido, por cierto, frente a todo lo que entregó vistiendo la alba, tuvo que ser obviamente compartido con un gesto de apoyo y agradecimiento al “Chano”, afrontando por esas horas el compromiso más difícil y duro de su vida: con 64 años, ganarle el desafío a la muerte.
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