22 de noviembre 2024

AQUÍ Y AHORA

NOTICIAS

  • A los 83 años murió el volante argentino, de nombre Walter, que en 1963 rompió una larga tradición de Colo Colo, de alinear sólo con jugadores nacionales. El ex Independiente de Avellaneda era sin duda un crack, pero al final no pudo con Enrique  Hormazábal

Por Eduardo Bruna de Revista El Ágora


A la edad de 83 años, falleció Walter Jiménez, mediocampista argentino que, llegado a Colo Colo, a comienzos de 1963, se transformó en el primer jugador no chileno en militar en el Cacique, luego de décadas en que el cuadro albo sólo tenía en su plantilla futbolistas nacionales.

El directorio albo de la época decidió la contratación de Jiménez no sin polémica, toda vez que la hinchada se oponía a “desnacionalizar” el equipo. Sin embargo, primó un argumento poderoso: Colo Colo estaba dando ventaja a sus competidores, que no seguían esa misma política.

Walter Jiménez, proveniente de Independiente de Avellaneda, era apodado “Mandrake”, porque su manejo de balón y su talento lo transformaban en todo un “mago”. Y, efectivamente, el  volante armador, poseedor de una técnica superlativa, se transformó en una figura clave de ese cuadro, que contaba con delanteros que, como Mario Moreno, Luis Hernán Alvarez, Francisco “Chamaco” Valdés y Bernardo Bello, fueron claves en la consecución del título nacional aquel año 1963.

Fue la temporada en que Luis Hernán Alvarez, padre de los e jugadores de Universidad Católica -Iván y Cristián-, anotó 37 goles en el Torneo Nacional, marca que hasta el día de hoy sigue estando imbatida.

Lo que se ha olvidado, sin embargo, es que al final la inmensa clase de Enrique “Cua Cuá” Hormazábal terminó por imponerse. En la recta final de ese campeonato, que Colo Colo peleó palmo a palmo con Universidad de Chile, Hugo Tassara, director técnico del Cacique, optó por el extraordinario volante nacional, relegando a “Mandrake” Jiménez a la banca.

Lo de “banca”, por cierto, es un decir. En aquellos años los cambios no estaban permitidos, y tampoco existía la recompensa de tres puntos para el ganador.

Y el “Cua Cuá” Hormazábal no defraudó a Tassara. Tampoco a la exigente hinchada popular. En el último partido de ese campeonato, incluso, la noche de la consagración como campeón, el “Cua Cuá” anotó uno de los goles más extraordinarios que se han visto en una cancha chilena.

El Cacique, que necesita imperiosamente ganar, porque en el preliminar la U había vencido a O’Higgins, condenándolo de paso al descenso, y superaba por un punto en  la tabla a Colo Colo, vencía transitoriamente por 1-0 a Universidad Católica, con gol de Luis Hernán Alvarez. Pero no estaba todo dicho. La ventaja era mínima y cualquier cosa podía pasar.

Ocurrió que “Pancho” Fernández, arquero cruzado, se apoderó en el vértice del área grande del arco sur de un pase desmedido. Desde allí, la mandó por arriba hacia el centro del campo, desentendiéndose por completo del juego. Y Hormazábal, parado en el círculo central, vivo como era, vio venir la pelota, la bajó de pecho como sólo él sabía hacerlo,  y sin que esta tocara el suelo, la empalmó con un derechazo directo hacia el desguarnecido arco.

Los gritos de los defensores cruzados, la reacción de “Pancho” Fernández, corriendo despavorido hacia su arco, no sirvió de nada. La pelota enviada por el “Cua Cuá” entró pegada al travesaño, provocando la natural algarabía del pueblo colocolino, que una vez más se sentía campeón.

Con todo el respeto y admiración que siempre tuve por “Chamaco” y Jorge Toro, entre otros notables armadores que tuvo el Cacique a través de su historia, me quedo con el “Cua Cuá”. Vivo, con un panorama extraordinario del terreno de juego, dueño de una técnica exquisita y bravo mientras más bravo fuera el partido, Enrique Hormazábal estaba destinado a ser figura de La Roja en ese inolvidable Mundial de 1962.

No lo fue. Le jugó en contra su estilo dicharachero y pelusón, que entró en colisión con los principios que siempre sostuvo Fernando Riera. Fue eliminado del equipo en los últimos cortes al plantel que realizó el director técnico.

Años después, en una entrevista me confesaría que nunca iba a dejar de lamentar el no haberse podido adaptarse al “estilo Riera”. Dijo en esa oportunidad el “Cua Cuá”: “Siempre fui bromista, pelusón y hasta un poco rebelde. Me gustaba jugar con las medias abajo, igual que el Mario (Moreno, el “Superclase” según periodistas argentinos cubriendo un Sudamericano), y don Fernando eso no lo toleraba. De haberme comportado mejor, mis cabros serían ahora hijitos de rico, porque habría recibido ese departamento que en  la Villa Olímpica les dieron a todos los muchachos que fueron terceros en ese Mundial”.

Por supuesto que, fiel a su estilo, el “Cua Cuá” bromeaba, y tras su frase lanzó la consabida carcajada. No había sido “rico”, desde luego, pero su casa en el barrio Mapocho era hermosa, cálida y acogedora. Su amplio living fue escenario de esa inolvidable charla.

Nuestros respetos y condolencias para la familia de Walter Jiménez, que después de Colo Colo defendió otras camisetas nacionales, como la de Audax Italiano, por ejemplo. Su fallecimiento nos hizo rememorar a ese “Mandrake” que, con los años, tendría nuevas versiones, encarnadas en otros “Magos”, como Valdivia y Jiménez en el medio nacional, o Capria en el fútbol trasandino.

Pero también nos hizo recordar a ese “Cua Cuá” cuya inmensa calidad terminó relegando a la banca a un “Mago” de tomo y lomo, como lo fue Walter Jiménez.