24 de noviembre 2024

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  • Dos veces la dictadura militar obligó al deporte chileno a renunciar a los Juegos que le habían sido confiados por toda América

Por Erasmo López Ávila de Revista El Ágora


La reciente entrevista del periodista Pedro Lira al ex ministro de Deportes Pablo Squella, publicada en este portal, acerca de cómo Chile logró los Juegos Panamericanos que se inician pronto en Santiago, con lo que se pondrá fin a una frustración del deporte nacional de más de medio siglo, removió los tupidos cortinajes que por más de 40 años ocultaron una historia nunca contada.

Es la historia de la renuncia que ordenó la dictadura para que Chile no fuera sede de unos Juegos Panamericanos que, por segunda vez, le habían sido asignados por los deportistas de toda América.

La primera renuncia fue en 1973, cuando tras el Golpe de Estado, Chile informó a la Organización Deportiva Panamericana (Odepa) que no sería sede de los Juegos Panamericanos programados para 1975, conquistados con el apoyo del gobierno de Eduardo Frei Montalva, en 1969.

La segunda renuncia fue en 1983, cuando Chile informó nuevamente a la Odepa que no sería sede de los Juegos programados para 1987, conseguidos en 1981 con el apoyo del régimen militar, y que había sido celebrado como un triunfo diplomático de la dictadura, ya que Chile había recibido el apoyo del deporte de toda América.

Estuve presente en la reunión con la prensa que hizo el general de Ejército Sergio Badiola, director de Deportes por esos años, en uno de los salones del Diego Portales, para informar que había recibido instrucciones de “mi general” de que Chile no haría los Panamericanos de Santiago 87.

Recibimos con desagradable sorpresa esa noticia y aunque se veía incómodo a Badiola obedeciendo la instrucción (era un entusiasta partidario de los Juegos, porque le daban lucimiento personal) se esmeró por trasmitir el mensaje.

Aceptó un par de preguntas y cuando Pedro Pavlovic, de Canal 13, más periodista deportivo en ese minuto que conocido admirador de la dictadura, manifestó con vehemencia su desaprobación a esta renuncia de Chile, Badiola, visiblemente molesto, dio por terminada la reunión.

El general Sergio Badiola mostrando a periodistas los recintos que iban a ser sede de los Juegos Santiago 1987. La dictadura renunció dos veces a que los Panamericanos se hicieran en Chile.

Luego se acercó a Pedro y a mí, que estábamos juntos, y nos dijo: “No se enoje, don Pedro. Lo invito a mi oficina esta tarde. Y a usted también, don Erasmo. Me interesa que Canal 13 y El Mercurio sepan lo que está pasando y… (casi en susurro), que me comprendan”.

Fuimos esa tarde con Pedro y nos reunimos con Badiola. Pedro sin camarógrafo y yo sin reportero gráfico. Y el director de Deportes, que había sido el último edecán del Ejército del Presidente Salvador Allende, sin asesores orejeros.

La reunión no fue en la oficina principal del octavo piso del edificio de la Digeder donde tenía su escritorio y una mesa grande, sino en una pequeña sala privada, con mullidos sillones, un televisor y una mesa de centro.

Toda esta situación me adelantó que la cita sería reservada y “off the récord”.

Y así fue.

Badiola partió entregando los argumentos económicos que, según él, el Ministerio de Hacienda le había entregado a Pinochet y a la Junta.

Badiola contó que le había dicho a “su general” que se podían hacer unos juegos austeros y que la Villa Panamericana, que estaba prevista en La Florida, sector Rojas Magallanes, se vendería después y se mitigarían los costos.

“Pero mi general Pinochet me puso una razón que yo no podía rebatir. Me dijo que tenía un informe de inteligencia que advertía que los Juegos Panamericanos Santiago 87 constituían un riesgo para la seguridad nacional”.

Pedro Pavlovic y yo debimos haber puesto tal cara de incredulidad que Badiola tuvo que reforzar sus dichos: “Mi general me dijo que no quería tener guerrilleros cubanos infiltrándose como deportistas en Chile y que la decisión era definitiva: no hay Juegos”.

Prosiguió: “Y me ordenó: pídale a Hacienda que le mande copia de las razones y comunique de inmediato esta decisión, y sólo diga que se toma por razones económicas”.

“Compréndanme don Pedro y don Erasmo, dijo, no puedo decir que es por razones de seguridad, así es que lo que les he contado lo borro ahora y los desmentiría si lo difunden”.

Asumiendo yo una posición de periodista de El Mercurio le dije que el gobierno militar perdía una tremenda oportunidad de dar otra imagen al mundo. Le recordé que la conquista de los Juegos para Chile había sido un tremendo logro diplomático del equipo de Gustavo Benko, presidente del COCH, que incluso había sido recibido por Pinochet en 1981 tras conquistar la sede para Santiago.

“Así será, pero ya la decisión está tomada”, replicó.

Pedro creyó de inmediato el argumento de la amenaza a la seguridad; le encontró razón a Badiola cuando pidió comprensión y se comprometió a que el verdadero motivo quedaba en el “off the récord”.

La historia final revela que algo de razón oculta tenían los informes de inteligencia que recibió Pinochet, sobre la inconveniencia de los Juegos, aunque no con esta burda mención a los guerrilleros cubanos vestidos de atletas paseándose por Chile.

Le deben haber anunciado que los años venideros serían “calientes”.

De hecho, los Juegos Panamericanos que no se hicieron habrían tenido lugar en el tenso, difícil y violento 1987, entre el año del atentado fallido a Pinochet y el del anhelado plebiscito.

Quizá lo que efectivamente la inteligencia que asesoraba a Pinochet quiso evitar fue que las crecientes protestas de los años 80 en adelante se trasladaran a los estadios, donde todo un sistema comunicacional internacional, imposible de censurar, habría puesto en una vitrina mundial las protestas masivas y habría anticipado el sorpresivo triunfo del NO del 5 de octubre de 1988.