23 de abril 2024

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Más allá de que tuvo el mérito de juntar los despojos para salvarlo del descenso, y que hoy tiene al Cacique convertido en un cuadro competitivo en todos los frentes, el estratego albo toma decisiones que alimentan varias dudas. ¿Tiene ascendiente sobre sus jugadores? ¿Busca ser amigos de ellos más que un jefe? ¿Es “barrero”?.

Por EDUARDO BRUNA

Nadie podría poner en duda, a estas alturas, la capacidad profesional de Gustavo Quinteros, director técnico de un Colo Colo que, tanto a nivel nacional como internacional, está en lo más alto de la tabla. El Cacique es, sin lugar a dudas, el equipo que mejor juega en el campeonato y, en Copa Libertadores, tiene las mejores opciones de avanzar a la siguiente fase de octavos junto al poderoso River Plate del “Muñeco” Gallardo, candidato fijo no sólo a ganar el Grupo F, sino que a repetir ese título que hace tres temporadas  logró frente a su tradicional rival Boca Juniors, en el Estadio Barnabeu.

Mérito indudable del técnico que, entre otros logros, puede exhibir los títulos alcanzados con Universidad Católica en la Supercopa y el Torneo Nacional de 2019. Y es que nadie puede olvidar que Quinteros llegó a Colo Colo cuando el equipo se hundía al parecer irremediablemente, cual Titanic, y sin embargo se dio maña, con lo poco que tenía, para salvarlo de caer a la Primera B, algo inédito en la historia del club popular.

Sin embargo, algo hay en Quinteros que no deja de inquietar, y que tiene que ver más con las decisiones que de tanto en tanto toma, sea que esté o no esté en la banca.

De partida, ya el año pasado Colo Colo lo había tenido todo para ser campeón. Quinteros no sólo había virado por completo a un equipo malo, viejo, y envilecido por las camarillas, sino que, con unos pocos refuerzos adecuados, y dándole tiraje a la cantera, faltando escasas fechas hasta alcanzó el liderato de la tabla, sacándole cinco puntos de ventaja a Universidad Católica luego de esa victoria agónica por 2-1 con gol de Parraguez, en el Monumental. El Cacique venía de ganar, además, la Copa Chile, por lo que el doblete estaba al alcance de la mano.

Sin embargo, no ocurrió así. Algo falló en Gustavo Quinteros que le significó a Colo Colo tropezar dos veces con la misma piedra: tras ganarle a la U en el Monumental, la manga ancha de la celebración produjo en el plantel un brote de Covid que, a la fecha siguiente, le significó visitar a Ñublense en Chillán con una escuadra absolutamente diezmada. Lo peor es que la experiencia no sirvió de nada: tras esa victoria frente a U. Católica, el Covid atacó al plantel albo con más fuerza todavía y el costo lo pagó con Audax Italiano a la fecha siguiente. Lo que era una ventaja no determinante, pero sí bastante cómoda, se redujo tras esa impensada derrota. Y seguiría reduciéndose en las jornadas siguientes, al punto que me atreví a pronosticar, en el mejor lenguaje hípico aunque de hípica no entienda un carajo, que “caballo pillado es caballo ganado”.

Así fue, efectivamente. Mientras Universidad Católica recuperaba de golpe la fe en un “tetra” que ya creía imposible, Colo Colo se iba por el tobogán en las fechas decisivas. Jugando muy mal, y con una notoria caída de rendimientos individuales, el Cacique no pudo con Curicó, le ganó muriéndose a Melipilla y la guinda de la torta fue caer sucesivamente frente a Unión Española y Antofagasta.

Adiós título número 33. La fanaticada alba se quedó con las ganas de repetir esa vuelta olímpica de 2017, la última, con Pablo Guede en la banca.

Más allá de decisiones técnicas que el triunfo frente a Alianza de Lima estarían respaldando, esa derrota de la fecha 8 ante Unión Española, en el Santa Laura, se antojaba absolutamente evitable. Pendiente del encuentro frente a los peruanos, Quinteros ni siquiera se dejó seducir por la clara posibilidad de aumentar su ventaja en la punta por “dosificar” y guardar a los titulares para el encuentro copero. Para nada cayó en la tentación de mandar a la cancha su “artillería pesada”, por más que, en la víspera, Universidad Católica hubiera caído sorpresivamente ante La Serena en San Carlos. Y que a ello había que sumar, más temprano, la derrota de la U en Coquimbo. Porque estamos de acuerdo que, con lo que el cuadro azul está jugando, no puede ser candidato a nada, pero dígale eso usted a un hincha albo, que disfruta doblemente si, a un eventual triunfo de su cuadro, le suma la derrota de su archirrival. Los propios seguidores de la U esto lo entienden de maravillas, porque piensan exactamente lo mismo, sólo que al revés.

Nueve cambios es mucho para cualquier equipo de nuestro medio. Al terreno de juego hispano sólo saltaron Cortés y Amor como titulares. El meta porque, obviamente, no tiene el desgaste de sus compañeros, y el ex Vélez Sarsfield porque, expulsado ante el Fortaleza brasileño, no iba a poder estar frente a “Los Intimos de la Victoria” el miércoles siguiente.

Utilizar en los hechos un equipo “muletto” pudo soslayarse de lo más bien al comienzo. Tanto, que Colo Colo, que jugaba mejor, hasta se puso en ventaja mediante anotación de Villanueva. Sin embargo, pasado el “miedo escénico” hispano, y a juego perdido, Unión Española entendió que, frente a esa más que parchada alineación alba, podía.

Lo ocurrido, con polémica incluida por la intervención del VAR en jugadas clave, se conoce de sobra: Unión terminó dándolo vuelta y propinándole el Cacique una derrota que, más allá de la satisfactoria campaña del elenco hispano, no estaba en los cálculos de nadie.

La duda surge, principalmente, viendo el desempeño de Emiliano Amor. Porque ocurre que el central jugó todo el partido copero ante el Fortaleza, y con el maratónico viaje de regreso encima nunca se vio exhausto o “fusilado” físicamente. Y si Amor pudo, ¿por qué el resto no podía, según Quinteros?

Los jugadores son profesionales. Viven de esto y, por lo mismo, deben estar preparados para jugar cada tres días si es preciso. ¿No es así que se juega, generalmente, en Mundiales y en Copa América, incluso en las Clasificatorias? Mirko Jozic, el recordado técnico croata del Colo Colo campeón de América, no se andaba con remilgos ni chiquititas. Mandaba a sus mejores hombres a la cancha, así fuera un compromiso casero o un duelo de copa. Sólo si había algún lesionado movía el tablero. Y nunca reclamó nadie, fíjese. Nunca nadie dijo que el físico no le había dado después de dos partidos muy seguidos.

Parafraseando al gran “Negro” Palma, relator de TNT Sports, “el campeonato aún es joven”, pero no vaya a ser cosa, de acuerdo a experiencias pasadas, que esos tres puntos resignados en cancha hispana se echen de menos a fin de torneo.

MODIFICACIONES

Lo otro tiene que ver con ciertos cambios que hace Gustavo Quinteros, y que muchas veces para nada se entienden. En ese mismo encuentro de Colo Colo frente a Unión, de la semana pasada, durante el descanso decidió excluir a Cristián Zavala para hacer ingresar a Gabriel Costa. Si él estimó que el peruano-uruguayo le iba a ser útil, la decisión habría sido irreprochable, sólo que Zavala no debía salir por ningún motivo estando el venezolano Cristián Santos en la cancha. Porque mientras el “llanero” con pinta de modelo no la había agarrado ni de casualidad, el ex Melipilla no había dejado de provocarle problemas a Magnasco con su atrevimiento y velocidad, y hasta lo había superado claramente en más de una ocasión.

Excluyendo a Zavala, el propio Quinteros le solucionó un problema al elenco hispano.

A estas alturas se refuerza la impresión de que a Zavala no lo pidió el técnico albo. Tal parece que fue más decisión del directorio junto con Daniel Morón, entusiasmados con lo que había mostrado el delantero melipillano durante el torneo pasado, y que hasta le valió ser considerado por Lasarte en esa Roja que fue a enfrentar hace unos meses a México y Honduras. Zavala, además de joven (22 años), surgió de las cadetes de Colo Colo, por lo que en ningún caso era un desconocido para la gente de la entidad popular.

Creemos que, cuando se le ofreció a Zavala, Quinteros estuvo lejos de arrugar la nariz, pero que tampoco debe haber dado un salto de felicidad. Debe haber pensado que el muchacho no iba a estar nada de mal como carta para el fútbol de entrecasa, pero lo más probable es que no se lo haya imaginado nunca enfrentando a River Plate o al Fortaleza brasileño. En suma, creemos que el delantero no es de su entero gusto.

Menos si resultara ser cierto un chimento futbolero que alguien, en su momento, deslizó. Se dice que, durante un entrenamiento, Quinteros, gratamente impresionado con lo hecho por Zavala, le habría dicho: “Así te quiero ver, Cristian”, y que el bueno de Zavala, con mucha personalidad, le habría respondido:  “Bueno, entonces póngame”.

Frente a Alianza, por último, Gustavo Quinteros volvió a insistir con Santos. Faltando 8 minutos, más los adicionales, lo mandó a la cancha en reemplazo del agotado Lucero, una vez más de buen partido. Y pasó lo que todos presumíamos: el venezolano nunca pudo entrar en juego y hasta evidenció una torpeza muy similar a la de Iván Morales al momento de intentar controlar la pelota: la paró con el resorte y el balón se fue para cualquier lado. ¿Por qué Santos, si en la banca estaban Bolados, Zavala y Oroz como atacantes?

Vaya a saber uno qué pasa por la cabeza de un entrenador en ciertas circunstancias. Y el enigma es aún mayor cuando se llega a la conclusión de que hay ciertos técnicos que pierden el foco, y en ese momento se creen más importantes y decisivos que los propios jugadores.