22 de noviembre 2024

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  • Es que ya es hora de decir las cosas por su nombre. El fútbol chileno hace tiempo que le abrió las puertas de par en par a los forajidos, a los patipelados, a los chantas vinculados a las bandas narcos que tienen tomadas las poblaciones más desprotegidas y que entran a los estadios amparados por los que hoy son dueños de los clubes.

Por Sergio Gilbert J.


Cerca de un centenar de personas -entre ellas una con una guagua en los brazos- entró en forma desaforada a la cancha del El Teniente de Rancagua al término del partido jugado el sábado entre Universidad de Chile y Curicó Unido.

La intención de esta masa, de esta turba irracional, era clara: expresar de manera violenta su desazón por la derrota de la U, una más en el torneo nacional, que dejaba a los azules más cerca de la pelea por la permanencia que de la lucha por llegar a los torneos internacionales.

Lo que se pudo observar desde fuera de la cancha fue francamente dantesco: un par de tránsfugas tratando de agredir a los jugadores azules Pablo Aránguiz y Thomas Rodríguez; un animalejo quitándole, como si fuera un trofeo, la presilla de capitán al arquero Fernando de Paul; una jauría haciendo trizas las cámaras del canal que transmitió el partido; una banda de delincuentes intentando ingresar al camarín de Universidad de Chile para, seguramente, ajustar cuentas y “apretar” al plantel.

Los términos para la descripción son elegidos conscientemente. Porque fueron tránsfugas, animalejos, jaurías y delincuentes los protagonistas de estos bochornosos hechos acontecidos en la Sexta Región. No hinchas. No simpatizante de la U. Simplemente bandidos.

Y es que ya es hora de decir las cosas por su nombre. El fútbol chileno hace tiempo que le abrió las puertas de par en par a los forajidos, a los patipelados, a los chantas vinculados a las bandas narcos que tienen tomadas las poblaciones más desprotegidas y que entran a los estadios amparados por los que hoy son dueños de los clubes.

La U, históricamente ha puesto a sus hinchas como centro de sus intereses. De manera quizás generosa pero que ha terminado siendo claramente excesiva. Tanto que para algunos pareciera que importara más tener una barra bulliciosa que triunfos, líderes de piños en las tribunas que grandes cracks en la cancha.

Y el resultado es éste: que cuando a los perlas no les gusta lo que ven en la cancha, se sienten con el derecho y el poder para romperlo todo “por el Bulla, loco”. Porque les dieron esa opción.

Está bueno ya. Déjense de romantizar la delincuencia. Córtenla con esa estupidez de que “somos un sentimiento” cuando lo que hay ahora en las gradas es “resentimiento” transformado en violencia pura y dura.

No, no se trata de renunciar a la pasión de quienes aman la camiseta de la U por su historia, por sus títulos, por sus ídolos. Al contrario, es para que ellos vuelvan a ser los cómplices genuinos de su equipo. Los que deben irse de una buena vez son los que amenazan y “apuran” a quienes dicen admirar.

Que los que toman las decisiones no digan que no saben qué hacer, cómo actuar, que tienen las manos atadas, que estos es un “problema social”. Con cámaras de alta definición se tomaron imágenes clarísimas de los delincuentes que saltaron a la cancha de Rancagua. Azul Azul, además, tiene perfectamente clara la identidad de esos bandidos porque se sabe que hoy para ir a un estadio, para comprar una entrada, deben entregarse una serie de datos personales. ¿O hay excepciones?

Así que no vengan con cuentos. Pónganse en la dura y háganse parte en la captura, juicio y encarcelamiento de estos tipejos que se creen más que la U.

Aunque les tiriten las piernas.

Mañana será tarde.