Vía Revista El Ágora, la revista deportiva de Chile
- Por estos días (el 17 de febrero para ser más exactos) se conmemora un año de una fecha que los colocolinos, quiéranlo o no, recordarán siempre: fue el día en que, tras derrotar en forma dramática por uno a cero (gol de Pablo Solari) a Universidad de Concepción en el estadio Fiscal de Talca, logró evitar su descenso a la Primeras B.
Por Sergio Gilbert
Por ahora, seguro que los seguidores albos solo tienen sensaciones. La rabia por los malos partidos en el campeonato, el nervio por conseguir puntos cuando el torneo se iba consumiendo, la angustia ante la real posibilidad de descender y el alivio cuando el juez Julio Bascuñán dio por finalizado el encuentro ante los penquistas, son sentimientos que aún se mantienen frescos y que, de alguna forma, le dieron una nueva alma al hincha que solo estaba acostumbrado a “traer vino porque copas sobran” según ellos decían.
Pero claro, junto a ello, al cumplirse ya un año de ese partido, parece lógico empezar a reflexionar en torno a las razones que llevaron a Colo Colo a cumplir su peor campaña histórica. No puede ignorarse ni menos olvidarse todo lo malo que se hizo. Es parte del proceso de sanación.
En primer lugar, por cierto, hay que hablar del mediocre rendimiento de un plantel que, por nombres, debía estar obligatoriamente peleando los primeros lugres de ese torneo maldito.
Los albos no solo tenían en sus filas a un veterano, pero siempre efectivo Esteban Paredes, sino que también al atacante argentino Pablo Mouche, a los defensores Julio Barroso y Juan Manuel Insaurralde, y se habían contratados refuerzos de nombre (para el nivel local) como Matías Fernández y el goleador trasandino Nicolás Blandi.
Pero no dieron el ancho. Les quedó grande la responsabilidad. Llegado el momento de responder en la cancha (que es lo exigible) apenas hicieron número. Nadie lideró ni fue capaz de tirar el carro. Les pesó la camiseta. Los comió la responsabilidad.
Por cierto que quienes dirigieron desde la banca también tienen que salir al pizarrón para ser (mal) evaluados. Mario Salas, un buen DT, un estratega de cierto nivel, terminó preso del personaje que fue creando. Estuvo más preocupado de dar golpes de efectos que de aumentar los rendimientos. El famoso y enervante “Dale, dale” desde la banca cuando las cosas no salían sonaban vacíos, carentes de sustancia. Ineficientes para encontrar soluciones a un equipo carente de ideas. Era jefe de barra más que entrenador.
Tampoco hay que olvidar el paso poco feliz de Gualberto Jara quien hizo lo imposible: que ese Colo Colo flojo, falto de ideas, fantasmal, jugara aún peor. Es verdad que nunca le dieron el respaldo de verdad, que recibió el equipo cuando ya se había iniciado el hundimiento. Pero nunca se decidió a tomar las riendas. O si las intentó tomar, careció de liderazgo. Y ni a los chicos jóvenes que él tanto conocía echó mano. Solo tomó el violín y puso la música…
La tercera patita, por cierto, la conforman los accionistas de Blanco y Negro quienes antepusieron dos cosas típicas de sus ethos empresariales: sus egos y sus deseos de disminuir sus márgenes de pérdidas.
Como ya es una tradición en BN, el sector Aníbal Mosa y el liderado por Leonidas Vial desenfundaron sus cuchillos en cada reunión de directorio en lugar de tomar acuerdos. Y a la hora de la pandemia, cuando se requería solidaridad y comprensión, optaron por lo más ramplón: despedir a sus funcionarios (entre ellos, a los jugadores) para evitar pagarles el sueldo, lo que derivó en una para de actividad física de nivel profesional que, obviamente se notó cuando regresó la competencia.
Sí, claro. Cuando se cumple un año del partido de más tensión y dramatismo que alguna vez vivió Colo Colo, los seguidores albos guardan imágenes potentes como ese camino lleno de banderas que le hicieron al bus que trasladó al equipo desde Santiago a Talca, ese gol del chico Solari y esos llantos reales de Paredes y de Mati festejando desde la banca la salvación.
Tiene que ser así. Pero no hay que olvidar por qué se llegó a eso…
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