Esto se lo escuché en un programa de radio a Pablo Galdames (a estas alturas, Pablo Galdames padre). Compartió un episodio que lo marcó mientras integraba la selección que Azkargorta llevó a la Copa América disputada en Uruguay en 1995.
Galdames era suplente contra Argentina en partido por la primera fase. Contó que en un momento dado del encuentro el lateral trasandino José Antonio Chamot pasó corriendo junto a la banca nacional. Dijo que la potencia física del rival hizo que todo ese sector temblara. “Nos miramos y dijimos ‘cagamos’…”, recuerda. Ese rápido y certero diagnóstico fue compartido por otros ilustres reservas de ese día, como José Luis Sierra, Sebastián Rozental y Marcelo Salas.
Cuento corto: nos comimos un 0-4, con dos goles de Batistuta, uno de Simeone y otro de Balbo. Rematamos colistas de ese grupo, debajo del sorprendente Estados Unidos, de Argentina y de Bolivia, que avanzó a la segunda ronda como uno de los mejore terceros. Para el olvido.
Han pasado 26 años desde entonces y algunas cosas han cambiado. Por de pronto, ahora los argentinos se inclinan ante el despliegue de los nuestros, como Erick Pulgar, del que dicen que le bastarían 5 minutos con la camiseta de Boca para volverse ídolo de los xeneises (lo tuiteó esta semana Juan Manuel Tucci, periodista de “El show de Boca” de radio Rivadavia). Y ninguno de sus jugadores nos amilana, ni por envergadura ni por fútbol. Como muestra, un solo botón: esa salida gloriosa de Maripán junto al banderín del córner, dribleando al mismísimo Lionel Messi, en el choque de este lunes.
Pero no solamente ya no nos amilana el tranco de un lateral físicamente exuberante. Hay una nueva paternidad en el barrio subcontinental en ciernes. Sí, de Chile contra Argentina. Algo impensable hace unos años. Hace varias décadas en realidad. Desde que el fútbol es fútbol, para decir las cosas por su nombre.
Dato duro: desde julio de 2019 que los vecinos no nos pueden ganar. Fue en la disputa por el tercer puesto de la Copa América de ese año, jugada en Brasil. Usted me podrá decir “Chile tampoco ha triunfado. Han sido 3 empates”. Y yo le retrucaría: “¿quién está más obligado a ganar por historia?” (en la estadística global son 60 victorias para ellos y apenas 6 para nosotros).
Además, están las 2 Copas América “in your face” a nuestro favor. Mi teoría es que los che han comenzado a sentir ese “miedo institucional” al que se refería el profe Kudelka, tratando de explicarse las razones por las que la U hace 20 años no puede abrazarse en el Monumental tras enfrentar a Colo Colo.
En lo que a mí respecta, mientras no nos pasen por arriba de nuevo en el marcador esta paternidad seguirá vigente.
Le pongo un ejemplo que estoy seguro lo va a convencer. Es de corte geopolítico. Imagínese que otra vez entraran en guerra Vietnam con Estados Unidos y que, tal como en la primera mitad de los ’70, los gringos volvieran a retirarse de ese país asiático con la cola entre las piernas, lamentando bajas, mutilados y mordiendo la impotencia de no haber podido hacer prevalecer su enorme superioridad bélica. Concédame que Vietnam no tiene necesidad de invadir Nueva York para anotarse otro poroto a su favor. Del mismo modo, si en los próximos 5 años sólo se registraran empates entre Chile y Argentina, cada vez más personas concordarán con este pechito y en lugar de decir “ya es tendencia: Chile no puede llevarse la victoria contra Argentina” empezarán a sentenciar, al término de cada partido entre ambas selecciones “otra vez Argentina no pudo contra su bestia negra, los chilenos”.
Esta impensada sensación de orgullo y haberse vuelto un hueso duro de roer para un rival que solía contar con los 3 puntos contra nosotros antes de saltar a la cancha es otro logro de esta generación dorada.
Me hace sentir el mismo orgullo que derrochó Elías Figueroa cuando le sacamos un empate en Mendoza, en 1980, con la inmortal chilena de Castec (nota al margen: nunca un gol tan recordado para nuestro fútbol tuvo una peor dirección de cámaras). Esto lo contaba Bonvallet. En los minutos previos al partido reporteros gráficos argentinos van al camarín local y le piden a Maradona “Diego, ¿una foto con Elías?”. El 10 accede: “que venga”. Corren los ágiles de la prensa al vestuario visitante. “¡Elías! ¿Una foto con Diego? Él está dispuesto”. El mejor central sudamericano de todos los tiempos no tiene problemas: “que venga”. Adivinó: la foto nunca se hizo. Ambos eran demasiado grandes para ceder.
“No lo digo de soberbio”, como dice Kramer cuando imita al “Mago” Valdivia, pero los uruguayos ya quedaron atrás en esta pelea de perros grandes. El dedo de Jara indicó la senda a la victoria. Ahora el cuento es con Argentina. Si en el próximo lance les ganamos se van a querer tirar del obelisco, se van a querer. Será la peor tragedia de tango llevada a la realidad.
Para más recacha, con gol de un inglés. Brereton, of course.
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