- Aunque parezca increíble, a la luz de los sucesos que hoy mantienen en vilo al mundo entero, durante siete décadas ambos países fueron sostén de la selección de la Unión Soviética, que en la segunda mitad del siglo pasado alcanzó estatura mundial.
Por José Roggero
De Yashin a Blokhin, pasando por Ivanov, Netto, Mikhailitchenko, Belanov, Dasaev, Zavarov y tantos otros, a lo largo de siete décadas futbolistas rusos y ucranianos vistieron una misma camiseta nacional y defendieron los colores rojos de la Unión Soviética, encumbrándola a alturas que la hizo un equipo temible para cualquiera.
Algo difícil de creer ahora, cuando el mundo presencia incrédulo la invasión rusa a Ucrania.
La Unión Soviética fue conformada por 15 estados, pero su selección se sustentó mayoritariamente en jugadores rusos, ucranianos y, en menor medida, georgianos, armenios y bielorrusos.
Repasar las formaciones soviéticas que enfrentaron oficialmente a Chile permiten formarse una idea de aquello.
En el Mundial de 1962, en la epopeya de Arica, la URSS alineó a ocho rusos, dos georgianos y un letón. Había ucranianos en la banca, pero entonces ellos no alcanzaban aún la preponderancia que tendrían en los años 70 y 80, las últimas décadas del fútbol soviético. Las estrellas eran los rusos Lev Yashin, Igor Netto y Valentín Ivanov, este último uno de los seis goleadores del torneo, junto, entre otros, con Leonel Sánchez.
En la venganza de Sunderland, en el Mundial de 1966, la URSS mandó a la cancha a cuatro rusos, tres georgianos, dos ucranianos, un letón y un azerbaiyano. Venció a Chile 2-1, con dos goles del ucraniano Porkujan.
En 1973, en la epopeya del 0-0 arrancado en Moscú, ya fue indesmentible el progreso ucraniano. Figueroa, Quintano y compañía debieron vérselas contra siete tipos nacidos en Kiev y alrededores, tres rusos y tres georgianos, considerando dos cambios hechos cuando el murallón chileno ya parecía inexpugnable. El soviético era un equipo muy sólido -subcampeón europeo vigente- con grandes jugadores, como el portero Rudakov, los centrales Khurtsilava, Lovchev y Fomenko, los volantes Kuznetsov y Muntyan y los extremos Onischenko y Blokhin, este último, el zurdo que brilló a nivel mundial y que en los albores del duelo en el estadio Lenin fue barrido sin misericordia por Don Elías cuando su velocidad comenzaba a hacer estragos en la defensa nacional.
No les fue del todo bien a los soviéticos contra nosotros.
Pero globalmente, entre 1924, año de su primer partido (3-0 contra Turquía), y 1991, año de su despedida (3-0 frente a Chipre), la selección soviética alcanzó logros difíciles para cualquiera.
Su época dorada la vivió en los años 50 y 60.
Fue allí cuando alcanzó sus mayores éxitos. Oro en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956, título en la Eurocopa de 1960 y cuarto lugar en el Mundial de Inglaterra 1966. Algo de bencina le quedó para ser subcampeona europea en 1972. Después se fue apagando, con tres relumbrones: el primer título mundial juvenil, en 1977, y otra vez el oro olímpico, en Seúl 1988 y, sobre todo, el subtítulo de la Eurocopa, ese mismo año.
De todos modos, su poderío también lo reflejó siendo quinta, sexta y séptima (dos veces) en citas mundialistas y tres veces semifinalista en eurocopas.
Si bien empezó a titubear como selección, en los años 80 el fútbol soviético revivió glorias pasadas de la mano del ucraniano Dínamo de Kiev. Era la máquina del profesor Valeri Lobanovski, que se tituló campeón de la Recopa de Europa en 1986 al apabullar 3-0 al Atlético de Madrid. Brillaban en esa oncena el ya veterano Blokhin, y astros emergentes como Zavarov, Rats, Yakovenko, Baltacha, Bessonov y el goleador Belanov. Fue una exhibición de los “soldados” de Lobanovski, quien automatizó sus movimientos colectivos haciéndolos jugar con la vista vendada en el fútbol 5 de los entrenamientos.
Esta generación ucraniana sostuvo al fútbol soviético hasta sus postrimerías. Prueba de ello es su brillante actuación en la Eurocopa de 1988, cuando la URSS solo se inclinó en la final ante la maravillosa Holanda de Van Basten, Gullit y Rijkaard. Derrota 0-2 que en nada menoscabó la calidad de su fútbol. En esa final la URSS comenzó alineando a siete ucranianos, dos rusos y dos bielorrusos.
Sería ese el canto del cisne del fútbol soviético. Poco después clasificó, pero le fue mal en el Mundial de Italia 1990. Al año siguiente se despidió como URSS en las Clasificatorias para la Eurocopa de 1992. A la cita final de este torneo llegó con otro nombre: Comunidad de Estados Independientes (CEI), luego de que Gorbachov declarara disuelta a la Unión Soviética.
En la transición durante la cual los ex estados soviéticos comenzaron paulatinamente a declararse soberanos, hubo incluso jugadores ucranianos que optaron por defender a Rusia -país al que la FIFA reconoció como heredero legal de la URSS- temerosos de quedar fuera de las competencias internacionales.
Ya como miembros plenos de la FIFA, ninguno de los ex estados soviéticos ha podido destacar a nivel mundial. Con pocas y magras participaciones en mundiales y eurocopas, ni siquiera los otrora poderosos rusos y ucranianos han revivido por separado sus días más felices.
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