3 de mayo 2024

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¿Es tan así? ¿Son los árbitros nacionales malintencionados, vendidos y derechamente sinvergüenzas? ¿O simplemente son malos, descriteriados e ignorantes?

Por SERGIO GILBERT J.

Julio Bascuñán se negó a cobrar una evidente infracción penal del portero de la UC Sebastián Pérez en el inicio del último Clásico Universitario. Y, para colmo desde el VAR, donde estaba Roberto Tobar, tampoco lo ayudaron como para que se redimiera. Era penal en favor de la U, pero nada operó: ni la visión humana, ni la tecnología ni la sensibilidad futbolística ni el reglamento. El partido siguió y, a la larga, esa acción, fue trascendental en el resultado.

Hubo, claro, alegatos surtidos por parte de los azules. Incluso sostuvieron como argumento que el propio jefe de los árbitros, Javier Castrilli, les había reconocido en el sector de los camarines que Bascuñán había errado, lo que obviamente generó no solo indignación, sino que algo peor: sospechas sobre la intencionalidad que tienen los jueces hoy en sus decisiones.

¿Es tan así? ¿Son los árbitros nacionales malintencionados, vendidos y derechamente sinvergüenzas? ¿O simplemente son malos, descriteriados e ignorantes?

Aunque ha habido en la historia del fútbol chileno períodos delincuenciales suficientemente conocidos (el caso de los partidos arreglados por jueces que apostaban en la vieja Polla Gol no hay que olvidarlo) parece ser más que los árbitros son poco preparados y que por eso cobran cualquier cosa.

Y las causas son varias.

La primera es la carencia de una formación integral. Los jueces que hoy se pasean por las canchas nacionales han llegado ahí tras un par de años en el INAF, un centro de estudios que es hegemónico y monopólico que impone sin miramientos su malla curricular y, por tanto, su particular visión de cómo formar a los jueces. Los alumnos y futuros árbitros, por lo tanto, carecen de sensibilidades diversas y terminan siendo un rebaño ordenado, militarizado y carente de matices.

No es lo único.

Al ser un grupo que tiene poder de decisión absoluta, el cuerpo arbitral tiende a atomizarse y convertirse en una verdadera cofradía. Es casi imposible acceder o permear ese verdadero cartel, conocer sus formas de trabajo, sus análisis y reflexiones. Todo lo que viene de afuera les parece ajeno, molesto e intruso.

Para peor, como es sabido, este cuerpo propugna el nacimiento de verdaderos piños internos, es decir, grupúsculos organizados bajo liderazgos egocéntricos e interesados que tienden a la búsqueda de una hegemonía no sólo por simple deseo de poder, sino que también por la ambición económica (las designaciones de partidos y los ascensos y descensos tienen esa connotación). El tristemente recordado Club del Póker es una evidencia de ello.

Por todo, se hace evidente una reformulación total y profunda en el cuerpo arbitral chileno. No se trata de un cambio cosmético ni de un simple traspaso de liderazgos. No. Para que se acaben los jueces irresolutos, ignorantes y poco estudiosos debe producirse la determinación férrea de la autoridad futbolística de hacer transformaciones.

Debe comenzar de una buena vez la revisión de la pedagogía que se está aplicando hoy en la formación de los jueces, encontrar formas de capacitación permanentes y buscar cómo se puede controlar y evaluar en forma permanente el trabajo de los jueces.

Está bueno ya de “perdón, me equivoqué”…