3 de mayo 2024

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Un plantel envidiable es el sostén para la ilusión de CR7 de superar, al menos en títulos, a Lionel Messi, el único que pudo opacar su exitosa carrera.

Por JOSÉ ROGGERO / Foto: ARCHIVO


Por años el mundo asoció a Portugal con Eusebio, la “Pantera negra”, que brilló en el Mundial de Inglaterra de 1966.

Mucho les costó después a los lusos desligarse de esa asociación. De nada les sirvieron muy buenas actuaciones como un cuarto lugar en México 1986, un título en la Eurocopa 2016, un subtítulo y tres terceros lugares en la misma competencia y una reciente corona en la Liga de las Naciones 2018-2019.

Su peor fracaso, la increíble derrota como local ante Grecia en la final de la Eurocopa 2004, fue una pesadillo que exacerbó el prejuicio. Así han transitado desde entonces, con Cristiano Ronaldo a la cabeza, tratando de demostrar que son algo más que buenos para la pelota.

No siempre les ha resultado. Más bien, en los últimos mundiales los portugueses les han dado la razón a sus críticos. Eliminados en octavos de final en Sudáfrica 2010 y en Rusia 2018 y en primera fase en Brasil 2014. Nada alentador y con las transmisiones solazándose con el rostro desolado de su máximo ídolo.

Esta vez acuden a Qatar acicateados por una nueva excelente camada y el todo o nada de Cristiano Ronaldo, que a sus 37 años quiere la guinda de la torta para una carrera brillante cuya única sombra ha sido la frustración de no ser considerado a la par de Lionel Messi.

Actualmente los portugueses ocupan el noveno lugar en el ranking FIFA, lo que puede parecer poco para una selección con máximas pretensiones.

Pero la confianza radica en la calidad individual y colectiva de jugadores que interpretan muy bien la filosofía del técnico Fernando Santos, sentado en la banca desde 2014. Con ocho jugadores en Inglaterra, tres en Francia, dos en Italia, dos en España, dos en Alemania y nueve la liga local, repartidos en el Benfica, Porto y Sporting de Lisboa, poco y nada tienen que temer de los otros aspirantes al título.

Lo positivo es que Portugal no peca de la “Messi dependencia” que afligió por largos años y hasta no hace mucho a Argentina. Al revés, en su selección Cristiano Ronaldo es uno más puesto al servicio del colectivo. Influido por una menor capacidad de desplazamiento, desde hace un tiempo el astro luso se reserva para lucir su capacidad goleadora (117 goles en 191 partidos) y deja que la categoría de sus compañeros arme el juego del cual él se servirá en los momentos decisivos.

En el arco, el joven Diogo Costa (Porto) le ganó el puesto al veterano Rui Patricio (Roma). En los flancos defensivos, titulares y reservas no se sacan diferencias. Diogo Dalot (Manchester United) y Joao Cancelo (Manchester City) a la derecha; Nuno Mendes (PSG) y Raphael Guerreiro (Borussia Dortmund) a la izquierda. El centro de la zaga tampoco desmerece. Danilo Pereira (PSG) y Ruben Dias (Manchester (City) son los titulares, secundados por el veterano Pepe (Porto).

En el mediocampo sobran candidatos. William Carvalho (Betis), Ruben Neves (Wolverhampton) y Joao Palinha (Fulham) son los pivotes; Joao Mario (Benfica), Matheus Nunes (Wolverhampton), Vitinha (PSG) y Otavio Monteiro (Porto), los volantes mixtos, dejando el rol de mediapuntas a Bruno Fernandes (Manchester United) y Bernardo Silva (Manchester City).

En el ataque quedó fuera por lesión Diogo Jota (Liverpool), una baja sensible. Pero a cambio están CR7, Joao Felix (Atlético Madrid) y André Silva (Leipzig), en el centro del ataque, y Gonzalo Ramos (Benfica), Rafael Leáo (Milán) y Ricardo Horta (Braga) en los extremos.

De entre los aspirantes al título, Portugal es quien la tiene más difícil en primera fase. En el Grupo H deberá batírselas con Uruguay, Corea del Sur y Ghana. Cualquiera de ellos puede hacerle pasar un mal rato. Pero está obligado a salir primero si quiere seguir escalando. De salir segundo, su rival en octavos de final seguramente será Brasil, que en el Grupo G debería superar a Serbia, Suiza y Camerún.

Mucha de su posibilidad en Qatar dependerá, entonces, de saber manejar de entrada una presión que la historia demuestra no siempre ha conseguido.