Por Fidel Espinoza Sandoval, diputado de la República
La semana que acaba de culminar no fue una cualquiera en el Senado de la República. Se votó, tras una ardua discusión de más de tres horas, el proyecto de ley que limita las reelecciones de las autoridades de nuestro país: senadores, diputados, alcaldes, concejales y cores.
En la oportunidad, se estableció que los senadores tendrán una reelección, es decir, podrán estar hipotéticamente en el cargo hasta 16 años, mientras que las demás autoridades mencionadas contarán con dos reelecciones, con un período máximo de ejercicio de sus funciones de 12 años.
Este proyecto lo habíamos aprobado en la Cámara de Diputados en 2012, es decir, nada más ni nada menos que hace ocho años. Estuvo durmiendo en el Senado todo este tiempo, justamente porque era una iniciativa que simplemente no gustaba a los honorables de la Cámara Alta.
La iniciativa comenzó a ser exigida por la ciudadanía tras el estallido social, junto con la rebaja de la dieta parlamentaria, proyecto que también hace muy pocas semanas fue desviado por el propio Senado a la Alta Dirección Pública, entidad que finalmente determinará cuánto será la disminución de los salarios de los congresistas y de las altas autoridades públicas del país. Doy por hecho que no será de un 50%, tal como lo aprobamos en la Cámara Baja por una abrumadora mayoría.
El estallido social, la posterior pandemia y las consiguientes exigencias de la ciudadanía permitieron que el Senado, a través de su presidenta Adriana Muñoz, pusiera en tabla el proyecto que limita las reelecciones, el que venía con un agregado: una indicación que incorporaba la retroactividad, es decir, que se sumaran los períodos que cada legislador ya había ejercido con antelación. Por ende, por ejemplo, senadores como Guido Girardi, Víctor Pérez, Juan Pablo Letelier, Andrés Allamand y Alejandro Navarro no podrían participar de un nuevo proceso de reelección, como también todos aquellos diputados(as) que llevamos tras nuestras espaldas más de tres períodos en el ejercicio del cargo.
Las intervenciones fueron, en su gran mayoría, para apoyar el límite a la reelección, pero donde se generó, y digámoslo con todas sus letras, un debate que “tuvo de todo”, fue en lo concerniente a la retroactividad, pues quienes optaron por el rechazo y la abstención (que para estos efectos era lo mismo) esgrimieron una serie de argumentos básicos y otros de un marcado egoísmo y egocentrismo para oponerse a esta norma, que a todas luces implica dar una oxigenación a la política, una movilidad importante para la democracia y la posibilidad de que emerjan nuevos liderazgos no sólo en el Parlamento, donde por sí ya es necesario, sino también en las comunas de Chile, donde también la ciudadanía clama porque se genere la irrupción de otros rostros.
En definitiva, si bien se aprobó con amplio margen el límite a la reelección, sólo 22 senadores votaron en concordancia con la ciudadanía y apoyaron la norma de la retroactividad, la que requería 26 sufragios al ser una indicación de quórum, por lo que fue rechazada.
Quedarán grabadas en la historia fidedigna de la ley muchas de las intervenciones de esa noche en que se debatió vía telemática este proyecto, pero algunas de ellas simplemente ocuparán un espacio muy especial en la galería de las frases más egoístas y egocéntricas que el Parlamento haya visto por años. Me refiero a las de aquellos parlamentarios como el compañero socialista de nuestra región, Rabindranath Quinteros, quien pretendió dejar fuera de carrera a sus eventuales competencias futuras al señalar, entre otras cosas, que este proyecto debiese contabilizar también los períodos de los diputados, para que alguien que tenga tres períodos o más en la Cámara Baja, quede inhabilitado de optar al Senado.
Reacciones a esa artificial polémica hubo muchas, pero las voces de importantes analistas políticos las echaron abajo de inmediato. En El Mostrador, por ejemplo, Alex Callis fue enfático en señalar que plantear algo así es un error grosero. “Este no es un tema de renovación del Parlamento, eso apunta a sólo una parte del problema, lo que se debe impulsar es la instalación de un sistema de circulación y renovación que sea ascendente, tanto en experiencia como en poder. Es necesario que el concejal tenga aspiraciones y pueda ser alcalde y, a la vez, este quiera ser consejero regional o diputado y que todos, sin distingo, puedan ser gobernadores regionales o senadores algún día. Es decir, que haya incentivos transparentes y legítimos en la postulación a los cargos. Que no se entiendan como un derecho adquirido a perpetuidad”, aseguró.
En lo personal, he sido electo en cinco oportunidades como diputado, dos de ellas habiendo obtenido mayorías nacionales. No obstante, juega a mi favor el hecho de que cuando tenía reales opciones de ser senador, el año 2013, y ante una polémica que tuvo ribetes nacionales al existir tres eventuales candidatos (Rabindranath Quinteros, Camilo Escalona y yo), tomé la decisión de apoyar al compañero Quinteros, pensando en el bien superior del Partido Socialista y de la ciudadanía. En aquella ocasión, una fría noche de abril, y ante una concurrencia de más de 500 dirigentes sociales que me respaldaban, solicité el apoyo a Quinteros, dando muestras de mi compromiso partidario, de mi lealtad hacia la Presidenta Bachelet y de mi nula mezquindad y egoísmo. No era la primera vez. Ya 12 años atrás, con mucho cariño, aprecio y afecto, había encabezado la campaña del compañero Quinteros, quien para ser alcalde de Puerto Montt debía vencer en las internas socialistas al entonces alcalde en ejercicio, compañero Raúl Blanco. El triunfo en aquella ocasión fue categórico y le permitió a Quinteros ser la primera autoridad de la capital regional por tres períodos consecutivos, donde tuvo una excelente gestión.
Uno entiende que la política es dinámica. Si bien son 500 los dirigentes que pueden testificar que aquella noche de abril el entonces futuro senador me ofreció todo su respaldo para el año 2022, considero que es absolutamente legítimo que haya cambiado de opinión y quiera ir por un nuevo período parlamentario de ocho años. Pero, de ahí a querer sacar a sus eventuales rivales por secretaría, simplemente no se condice con el espíritu democrático que consideré él defendía.
Tengo cientos de defectos como ser humano, pero gracias a lo que me inculcaron mis padres puedo decir con orgullo que soy leal a mi partido, un servidor público que combate la corrupción y honesto y generoso con los rectos y justo con quienes traicionan, que, dicho sea de paso, hay muchos en política.
Tengo la convicción de decir que fue mi triunfo de 2002 el que abrió las puertas a la representación parlamentaria que tiene hoy el PS en la Región de Los Lagos (tres diputados y un senador), pues desde el restablecimiento a la democracia, y por 12 años, el partido no tuvo un solo parlamentario en la zona.
Y con la frente en alto puedo asegurar que bajo el alero de nuestro trabajo se ha formado un grupo potentísimo de futuros líderes socialistas, hombres y mujeres, quienes han sido un real aporte a la renovación de la política en la región, muchos de los cuales ya lo demostraron en los gobiernos de nuestra Presidenta Bachelet.
Una frase célebre de Cicerón decía que “el egoísta se ama a sí mismo sin rivales”. Que palabras más ilustrativas para graficar lo ocurrido la semana pasada en el Senado, que volvió a mostrar lo peor de la política.
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