10 de octubre 2024

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A un año más de la gesta alba, que significó ganar por primera y única vez la Copa Libertadores un 5 de junio de 1991, es inevitable no analizar al club albo como todo un fenómeno social, a la par que deportivo. No es casualidad que la entidad popular esté inserta y haya sido protagonista de los grandes hitos que forman nuestra historia más reciente.

Por EDUARDO BRUNA


Se cumple un año más de la consecución de la única Copa Libertadores que puede exhibir el fútbol nacional por cuenta de Colo Colo y, coincidencia o no, resulta que el club popular por excelencia ha sido involuntario protagonista de los hechos políticos más trascendentes de nuestra historia como sociedad en las últimas décadas. Y es que así como con su victoria de 3-0 sobre Olimpia, la noche del 5 de junio de 1991, el Cacique ayudó a iluminar con su logro el camino nuevo que iniciaba Chile, tras 17 años ominosos de una dictadura abyecta y despreciable, el Colo Colo de 1973, que con creces había merecido alzar el esquivo trofeo, caía en el tercer partido final frente a Independiente de Avellaneda dando paso a una cuenta regresiva que, iniciada en cuanto asumió el Presidente Allende, se reanudó tras ese fracaso de Montevideo, porque el pueblo se había quedado sin la ilusión que a esas alturas de la historia era lo único que lo mantenía entero y en pie.

Para decirlo sin dejar lugar a la más mínima duda: ese equipo conducido técnicamente por Luis Alamos, apodado “El Zorro”, por lo astuto, y capitaneado por el gran “Chamaco” Valdés, sin quererlo ni proponérselo, había retardado el Golpe de Estado digitado desde el Salón Oval de la Casa Blanca, gracias a una campaña fenomenal que hacía que la gente, cuando jugaba el Cacique, y ganaba, olvidara sus muchas tribulaciones.

La falta de los artículos más básicos, los sucesivos paros en actividades esenciales para el buen funcionamiento de cualquier sociedad, los atentados a torres de alta tensión y la paralización de la minería del cobre, considerado el sueldo de Chile, era la respuesta de la oligarquía nacional hacia un gobierno que se había propuesto llevar a cabo las profundas transformaciones económicas y sociales que el país necesitaba. Los errores, que los hubo, eran una nimiedad al lado del plan urdido entre Richard Nixon y Henry Kissinger al día siguiente que ganara Allende. Y si algo faltaba para que Santiago fuera “una ciudad acorralada por símbolos de invierno”, como cantó el genial Silvio, ahí estaba una ultra izquierda delirante que puso todo de su parte para colaborar con el Golpe en ciernes.

Ese Colo Colo de 1973, con su fútbol y sus triunfos, era el único bálsamo de que disponía la gente para resignarse en las largas filas que era necesario hacer para conseguir un kilo de pan, un litro de aceite o un paquete de azúcar. Para, muchas veces, tener que caminar kilómetros y kilómetros desde el trabajo al hogar, simplemente porque la movilización colectiva (excepto la ETC, Empresa de Transportes Colectivos del Estado), había dejado de funcionar. Y es que nada parecía importar mientras el Cacique ganara. Más de una vez jugó a Estadio Nacional lleno sin haber ni una miserable micro rodando por las calles capitalinas.

Ese equipo, sin duda, fue todo un fenómeno deportivo y también social. Porque aunque los futbolistas generalmente han vivido siempre en una burbuja, en ese conjunto, aunque fueran minoría, había varios que simpatizaban con el gobierno de la Unidad Popular, comenzando por su máximo referente, Carlos Caszely.

¿Por qué no fue campeón de América ese cuadro notable? Sencillamente porque, en cuanto comenzaron las fases decisivas, comenzó a ser víctima de escandalosos arbitrajes que, escudados en transmisiones de televisión absolutamente precarias, cobraban lo que se les antojaba. Ya no hablemos de VAR, un tema casi de ciencia ficción para aquellos años. Hablamos de partidos en que las tres cámaras que se utilizaban (una en el centro de la cancha y las otras dos restantes en la áreas), eran absolutamente insuficientes para registrar y garantizar una mínima justicia.

Hasta el día de hoy, por ejemplo, nadie se explica el por qué a “Chamaco” se le anuló, en el Maracaná, el gol de la apertura de la cuenta,  frente a Botafogo. Desde fuera del área, y viendo al arquero levemente adelantado, Valdés hizo uso de su exquisita pegada para ponerla en un rincón alto. La invalidación insólita de esa conquista sacó hasta risitas nerviosas de los mismos brasileños.

La historia demuestra, sin embargo, que Colo Colo se sobrepuso a todo para terminar ganando por 2-1.

En las tres finales frente a Independiente de Avellaneda ocurrió otro tanto. En el partido jugado en Argentina, y cuando Colo Colo ganaba por 1-0, al “Gringo” Nef lo metieron con pelota y todo dentro del arco. ¿El árbitro? Bien, gracias. Reconozcamos, sin embargo, que tras ese gol viciado las escasas cámaras presentes no captaron la patada alevosa con la que el “Loco” Páez hizo volar por los aires a Mendoza, autor del “pícaro” empujón al meta albo.

En la revancha, disputada a Nacional por supuesto lleno, le anularon a Caszely un gol absolutamente lícito. Lo ratificaron, tiempo después, las propias cámaras argentinas, que no formaban parte de la transmisión oficial. Ellas demostraron que, cuando el “Pollo” Véliz cruza el balonazo, el “Chino” estaba habilitado al menos por dos defensores rojos. El brasileño Arpi Filho, sin embargo, en forma increíble anuló la conquista alba, que significaba romper el 0-0.

Las últimas perlas se cosechan en el partido de desempate, jugado en el Centenario. En tiempo de alargue, expulsaron a Leonel Herrera, por supuestamente tirarle los bigotes a Giachello, delantero rojo. Lo insólito es que, durante ese encuentro, los argentinos habían repartido como locos, pero como a nadie se le había ocurrido todavía aquello de las tarjetas rojas y amarillas, pasaron colados nomás.  Ese mismo árbitro pronunció el clásico “siga, siga”, luego que pasando la mitad de cancha al “Negro” Ahumada, que se escapaba solo en demanda del arco de José Santoro, lo bajaran de una violenta patada.

De esa forma se fue escribiendo la historia de ese equipo, que por el gobierno de Allende hizo más que las campañas de alfabetización que realizaban los cabros universitarios en los campos chilenos, o los trabajos voluntarios que verano a verano acometían cientos de estudiantes, deseosos de colaborar para un país mejor.

Tal vez por todo eso, la noche del 5 de junio de 1991, presente desde temprano en el Monumental, me fue imposible olvidar a los muchachos del Colo Colo 73 mientras presenciaba la alegría inmensa de los jugadores tras el pitazo final que sancionaba el 3-0 frente al campeón hasta ese momento vigente, Olimpia del Paraguay. Una alegría que, a esas alturas, y tratándose del Cacique, se replicaba a lo largo y ancho del territorio nacional. En ciudades grandes y en villorrios. En locaciones costeras como en aldeas que crecen ganándole tercamente terreno a los cerros.

Pero si alguien se imaginó que ese logro marcaría un nuevo rumbo, que dejaríamos de ser los partiquinos de siempre tras ese ejemplo colosal que nos habían entregado los muchachos de Mirko Jozic, nos equivocamos medio a medio. El envión nos duró poco. Sólo la Universidad Católica de 1993, cayendo en la final de la Copa Libertadores, frente al Sao Paulo fabuloso de Telé Santana, recogió la posta y siguió el camino que había mostrado el Cacique.

De allí en más, sin embargo, hemos convivido mucho más con los reiterados fracasos que con esporádicos y dudosos “éxitos”. La Copa Sudamericana, ganada por la U en 2011, es sólo la excepción que confirma toda regla.

Ese inédito logro albo, además, como que nos reforzó la fe en que, terminada una dictadura abyecta y ominosa, la recuperada democracia nos llegaría a todos. Cómo no creerlo, después de tantos años oscuros que llegaban a su fin iluminados por un arco iris y las abundantes promesas de una sociedad más justa y mejor.

Pero fuimos traicionados. Y en ambos planos. La recuperada democracia nunca fue lo que soñábamos. El fútbol nuestro siguió a los tumbos y terminó por caer a un insondable abismo luego que la llegada de las nefastas y corruptas Sociedades Anónimas Deportivas se transformaran en la guinda de una indigesta torta.

¿Qué nos pasó, futbolística y políticamente? Que los hitos que marcó Colo Colo no nos sirvieron de nada. El Colo Colo de 1973 fue el último grito de rebeldía y de alegría antes de empezar a caminar por el tramo más oscuro de nuestra historia. El Colo Colo de 1991, campeón y todo, sólo marcó el inicio de un largo período en que el “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo define nuestro mundo en todo su esplendor, en toda su miseria, en toda su bajeza.

Todos somos culpables. Los empresarios, porque como nunca se han movido por una desatada codicia. Los políticos, porque nos demostraron descaradamente que sus melifluos discursos suelen ser muy falsos, y que más que en la gente, o el pueblo, piensan primero en ellos mismos. La propia gente, que pasó de ser un estrato pobre, pero muy digno, a una clase amorfa donde manda el arribismo. En suma, que con tal de tener más y más, se olvidan hasta los principios más nobles, para terminar todos en el mismo lodo y groseramente manoseados.